La colectividad boliviana en la ciudad realizó la tradicional caravana de la Virgen de Copacabana en los barrios Azcuénaga sur y Juan Pablo II. Tuvo lugar el sábado pasado, promovida por el área de Cultura del Centro Municipal de Distrito Oeste (CMD) Felipe Moré.

Como es habitual, tras la misa en “Nuestra Señora de la Rocca” (Ituzaingo al 5300) se concretó una peregrinación por las calles de los barrios Azcuénaga Sur y Juan Pablo II, con danzas y trajes característicos de intenso colorido, para homenajear a la patrona de Bolivia. Luego del desfile, las actividades continuaron en la sede de la colectividad situada en Campbell y Pellegrini, donde se degustaron comidas típicas.

Desde el Área de Cultura del CMD Oeste se considera fundamental difundir los elementos de nuestra y de otras culturas, a fin de contribuir a la construcción de una sociedad pluralista, como así también compartir saberes, creencias y prácticas.

La historia de esta colorida tradición

La Virgen de Copacabana fue consagrada “reina y patrona de Bolivia” el 2 de agosto de 1925, en cumplimiento del Decreto Vaticano de 28 de julio del mismo año.

La sagrada imagen de la “virgen india” no es una aparición milagrosa sino la obra maestra de un devoto nativo de la península de Copacabana, don Francisco Tito Yupanky, nacido entre 1540 y 1550, según sus biógrafos.

Yupanky, devoto de la Virgen María, perteneció a una familia orgullosa de su origen indio. Atraído por las imágenes sagradas, se inició en el arte de la escultura gracias al apoyo de su hermano que era cacique del pueblo.

El aprendizaje progresivo de las técnicas escultóricas le dio a Tito la certeza de que podría lograr una imagen de la Virgen de la Candelaria para llevarla al templo de Copacabana, su pueblo, en el Lago Titikaka.

Durante el coloniaje español, la religiosidad de los copacabaneños cristianizados permitió el establecimiento de un pequeño templo en el caserío peninsular fundado por Túpaj Yupanky Inka, pero dos bandos se disputaban el privilegio de colocar en el altar mayor la imagen de la Virgen de la Candelaria o la de San Sebastián: los de arriba y los de abajo.

Esta división, típica de la época y eterna en el tiempo, se tornaba áspera cuando Francisco Tito Yupanqui buscaba la sagrada imagen de la Virgen de la Candelaria con sus ojos de niño. Le entristecía la división de su gente e intuía que sólo un milagro podría devolverle la unidad. Jamás tuvo miedo de confesar la torpeza de sus manos para el dibujo y la escultura. Con fe y devoción se sometió a las duras lecciones del aprendizaje. Sorteando la crítica adversa, venciendo los complejos, compartió con su hermano Felipe una primera aproximación a las artes plásticas de su época.

Inicialmente logró una virgen de barro, que resultó muy rústica. En Potosí aprendió nuevas técnicas de maestros españoles e inició su obra maestra. La presentó primero al obispado de Chuquisaca (entonces Charcas), pero fue desautorizado en la pretendida bendición de su virgen hecha en madera de magüey y tela encolada.

No desistió. Al poco tiempo de la desilusión en Charcas, llegó a La Paz y entró como ayudante de pintor-dorador en el templo de San Francisco, a cambio del dorado de Nuestra Señora de la Candelaria. Presentía que su sueño podía completarse muy pronto.

Cuando Tito Yupanki concluyó la soñada obra de la Virgen de la Candelaria, los críticos entienden que fue concluida “la primera obra maestra del arte mestizo en lo que hoy es Bolivia”.
Un sacerdote de San Francisco dio testimonio del “primer milagro”: creyó advertir en la obra de Yupanky un resplandor divino. Después, en Tiquina, camino a Copacabana, la Virgen conquistó a los lugareños; su entrada en la tierra natal de Tito fue seguida de una procesión impresionante que terminó con las rivalidades, el 2 de febrero de 1583.