Quizás, el mayor daño que haya hecho Banfield con su catarata de goles de ayer no haya sido futbolístico ni encuentre su efecto más adverso en la tabla de posiciones de un torneo incipiente. Lo que Cvitanich y su banda provocaron es que los hinchas de Central hayan retirado prontamente el manto de confianza con el que abrigaban las expectativas en el ciclo Montero.

Más allá de la flojísima prestación del conjunto de jugadores o la paupérrima actuación de Leguizamón (y si bien es válido contemplar que la goleada se gesta con una genialidad ajena y un invento del árbitro, que pusieron el partido patas para arriba), la preocupación principal de las tribunas radica en una cuestión estructural: a este equipo no le ven las uñas de guitarrero que tenía aquel de Coudet, cuya onda expansiva (por la identificación con el gusto del hincha) todavía retumba dentro del Gigante.

Central tiene un problema de identidad: todavía no parece saber del todo (o al menos no lo ejecuta así) a qué quiere jugar y de qué forma aprovechar sus armas. Es un equipo al que le llegan y le convierten; ya no es tan vertical como antaño, pero tampoco logra penetrar defensas ajenas con el circuito creativo que corre por cuenta de Gil, Carrizo y Colman; y tiene a dos delanteros que, hasta acá, asustan más con el nombre que con lo que producen en el área. 

Encima, el propio DT oriental se encargó de confundir aún más con la inexplicable decisión de mandar a la hoguera a los pibes Rivas, Pereyra y Becker, que debieron entrar en desventaja, con sus compañeros demolidos anímicamente y los hinchas poco predispuestos a "perdonar" errores y desaciertos propios de juveniles que necesitan equivocarse para crecer. No justamente en ese contexto, y menos cuando no venían teniendo participación.

Por eso, se comparte con Montero la impresión de que su cuerpo técnico está en horas decisivas. Pero no ya para seguir o no en el cargo, porque no sería prudente que Central cambiara de conductor recién iniciado el semestre. Sí para que Paolo muestre su capacidad de líder, su personalidad charrúa forjada a fuego en sus años de Juventus, sus conocimientos del puesto (para ver qué hace con Leguizamón, por ejemplo) y su perfil de estratega.

Enfrente estará el mejor equipo del país (se acepta la discusión con River, pero los últimos resultados mandan) y Central tendrá que despojarse ya mismo de todo lo que pasó con Banfield. Sacárselo de encima como el polvo después de un tropezón, sacudirse la cabeza como después de una pesadilla. De las decisiones que tome el técnico contra reloj, del cómo y con qué se plantará en Mendoza, depende el futuro de un ciclo que hasta acá trajo más ruido que nueces.