Uno de los factores principales del tránsito adolescente, que condicionan tanto las turbulencias inherentes a esa etapa de la vida como los modos de resolución posible en su acceso a la vida adulta, son los adultos que acompañan al adolescentes en cuestión. La adolescencia implica un proceso espontáneo que, necesariamente, atraviesan los jóvenes de nuestra cultura occidental industrializada. Proceso que los adultos a cargo del adolescente podrían entorpecer o facilitar.

Los adultos no pueden más que ser conmocionados, sacudidos, por el impacto que generan en ellos los cambios vertiginosos que sus hijos atraviesan. La adolescencia de los hijos pone a prueba a los padres, y el tránsito adolescente de estos últimos es una pobre referencia a seguir dado que los modos de presentación de los adolescentes varían con el paso del tiempo y en los diferentes puntos geográficos. Para mayor claridad, la adolescencia de hace 40 años es muy diferente a la actual y toda comparación resulta infructuosa. En la brújula de la adolescencia el Norte está en permanente movimiento. No obstante, algunas referencias resisten el paso de los años. Dado que el corolario de la adolescencia es el acceso a la adultez, el modo en que los adultos interpretan y acompañan a los adolescentes en esta etapa nunca deja de ser un condicionante mayor.

Los adolescentes son, en mayor medida, irresponsables. Y deben serlo. Al menos durante cierto tiempo. Son los adultos a su cargo los que deben responsabilizarse por sus acciones hasta que el adolescente en cuestión pueda hacerlo por sí mismo. A modo de cosignatarios, adultos y adolescentes, padres e hijos habitualmente, firmaran juntos cada uno de los compromisos que el menor adquiera. Sin embargo a veces nos encontramos con adultos (padres, tutores, etc.) que tempranamente parecen ceder en su papel de garantes dejando librado al adolescente a sus propias dificultades.

El equilibrio es complejo. Frente a las dificultades escolares, como un ejemplo entre otros, algunos padres deciden hacer “un paso al costado” dado que “yo ya hice la escuela secundaria, y es hora de que él se haga cargo de sus obligaciones escolares”. ¿Cuál es la sutil línea divisoria que separa la progresiva adjudicación de responsabilidades a los jóvenes en formación, de una suerte de “soltarles la mano” dejándolos librados a situaciones y contextos para los que no poseen las herramientas suficientes? La imagen de esta distancia a veces posee las vestimentas de la impotencia de los padres, otras veces la del autoritarismo. Por déficit o por exceso para el adolescente siempre es demasiado: demasiado pronto, demasiado solo, demasiada angustia.

El lugar de los adultos, en varias ocasiones, consiste en funcionar como una suerte de “prótesis transitoria” que permita al adolescente transitar por caminos sinuosos y corrientes turbulentas con la adecuada contención para enfrentar los avatares de ese proceso. Juntos, padres e hijos, en una relación asimétrica, no entre pares, no entre amigos. Los amigos esperan fuera de la casa cumpliendo un rol extrafamiliar, fundamental, de otro orden. Es este el papel central que los adultos no deberán abandonar hasta que el joven alcance la suficiente madurez para “firmar” en nombre propio.

 

Por Ps. Juan Manuel Baños – Mat. 4224