Cuando los niños de tres años comienzan a dar forma a sus garabatos, en un intento de “escribir” algo, lo más normal es que la profesora no les corrija, no les diga que está mal; incluso, es muy probable que les alabe. Lo que está bien y lo que está mal en el aprendizaje sufre desde esta etapa un proceso de transformación, de construcción, en el que van cambiando tanto las percepciones de los alumnos sobre los resultados de sus esfuerzos, como el tipo de información que los profesores y padres les devuelven sobre ellos.

Así, durante la educación preescolar y los primeros años de primaria, lo que prima es que el alumno socialice, disfrute y se integre. Las primeras demandas curriculares, en segundo de primaria, serán el dominio de la lectoescritura y el cálculo, entonces los alumnos van pasando de disfrutar a tener que hacer. Además, tienen que hacerlo con un mínimo de corrección.

Al final del sistema educativo obligatorio, debido a la competitividad del acceso a los estudios universitarios, ya no basta con hacer las cosas bien, sino que hay que hacerlas mejor que nadie y, por tanto, adquieren vital importancia las técnicas sobre cómo motivar a los niños para aprender.

Claves para motivar a los niños

La percepción del resultado por parte de los alumnos, con claros efectos sobre su motivación, dependerá de la información que sobre dicho resultado le vayan dando los adultos. Estos son los puntos que debemos tener en cuenta a la hora de proporcionar a alumnos e hijos un feedback realista sobre sus resultados y, por tanto, mantener viva su motivación para aprender:

- Fomentar el proceso de metacognición, es decir, la capacidad de reflexionar sobre la manera de aprender, el estilo propio de cada uno y las consecuencias de todo ello sobre el aprendizaje y los resultados. El producto de esta reflexión debería ser la adopción de estrategias eficaces para solucionar problemas, en lugar del acercamiento por “ensayo y error”, lo que elimina la percepción del alumno de falta de control, de “pura suerte” y aumenta su autoestima.

- Comunicación de expectativas correcta y coherente. Debemos cuidar el lenguaje corporal para que no se contradiga con el verbal, y tratar de describir los resultados más que aportar sólo elogios o críticas.

- Tener en cuenta que las críticas reiteradas sin ninguna guía pueden llevar al “efecto Pigmalión”, es decir: el alumno se comportará como cree que se espera de él, ya que los adultos piensan que no tiene capacidad, se desmotivará y no querrá mostrar de lo que es capaz.

- Evitar emitir elogios o alabanzas sin más. Esto puede tener efectos contraproducentes: en algunos casos basta que un niño reciba un signo de aprobación del profesor o sus padres para que se detenga en su actividad o produzca una conducta disruptiva o provocadora. Es más efectivo decirle a un alumno que está desarrollando su trabajo correctamente e indicarle su progreso señalando en qué se apoya el elogio (la evidencia objetiva en que se apoya la afirmación) como recompensa a su esfuerzo, lo que tiene un efecto positivo sobre su motivación intrínseca (la que proviene del interior del alumno).

- Trabajar con alumnos o hijos las atribuciones y creencias correctas, es decir, hacerles ver el valor real del éxito (como oportunidad de saber o como pasos superados hacia una meta, en lugar de cómo triunfo de la persona o indicador de su inteligencia) y el fracaso (como fallos solventables, en lugar de inutilidad); y atribuir los éxitos o fracasos a las causas objetivas, normalmente el esfuerzo y la dedicación.

- Ajustar el tipo de tareas y retos que se proponen a los alumnos para su aprendizaje a su capacidad real. Si se encuentran fuera de su capacidad, le producirán frustración y desmotivación, si son demasiado fáciles o no constituyen un reto, le desmotivarán y aburrirán.

 

Fuente: Educación y Cultura AZ