La creciente acumulación de conocimiento obliga a tomar postura para poder enfrentar a las formas tradicionales de apropiación del saber. Por lo cual la creatividad pareciera ser la respuesta a este nuevo mundo en el que nos toca vivir.

Reconociéndonos e identificando a nuestros semejantes, nuestros alumnos, como sujetos autónomos, capaces de ofrecer respuestas nuevas a diferentes escenarios donde todas podrían ser válidas, reclama un cambio de actitud y de apertura.

Pero para que la creatividad sea parte de la institución escolar, todo cambio que se promueva, debe ser asumido, en primera medida, por los profesorados y, por lo tanto, habrá que centrar el interés de promoverla en la formación de grado. No podrá haber cambio curricular impuesto desde arriba, sin un docente comprometido desde el aula a provocar dichos cambios. Este deberá tener claro que la creatividad no sólo afecta los conocimientos trabajados en el aula, sino, incluye también las habilidades y las actitudes, pero, a su vez, deberá estar presente en todos los componentes: objetivos, metodología, y evaluación para contribuir a la estimulación de la misma.

La flexibilidad del docente para cambiar planes o clases que no aportan nada o muy poco es un indicio de actitud creativa por parte de este último. Es evidente que el conformismo, la verticalidad y el disciplinamiento no son el terreno adecuado para la creatividad. La sabiduría consiste en mantener una actitud abierta al saber, en la convicción de la incompletud y falibilidad, manteniendo un equilibrio entre la certeza y la duda.

Si partimos de la frase de Hein que dice que nuestras limitaciones se refieren a las facultades que no usamos, podremos ofrecer una nueva mirada a la clase, sobretodo sobre aquellos alumnos que no responden a los objetivos propuestos de antemano. Si en el aula partimos de la premisa: el profesor sabe, el alumno es el ignorante, el resultado será un conocimiento cerrado, imposible de cuestionar. En cambio, si consideramos que todos los educandos no tienen las mismas predisposiciones o no están igualmente motivados para determinadas actividades, podremos prestar atención a la diversidad de las inclinaciones y los gustos para ayudar a desarrollarlos.

Ya Monteigne planteaba que vale más una cabeza bien puesta que una cabeza repleta, frase a la que Edgar Morin (1999) agrega: una cabeza bien puesta es una cabeza que es apta para organizar los conocimientos y de este modo evitar una acumulación estéril. Por consiguiente el desarrollo de la aptitud para contextualizar y totalizar los saberes se convierte en un imperativo de la educación. He aquí el rol del docente en la escuela, enseñar a enfrentar con creatividad la complejidad del mundo.

Por Carina Cabo, especialista en TIC y Educación.