Cada inicio de clases renueva el desafío de maestros y profesores sobre lo que vendrá. Cómo serán los chicos. Cómo les irá en la nueva escuela. Cómo adaptar el desarrollo de la materia al grupo, que sin dudas, será distinto al del año anterior. Sin embargo, en contextos marginales, a esas inquietudes se suman otras ya que, con frecuencia, el delito, la promiscuidad y la falta de recursos son allí parte inseparable del paisaje. ¿Por qué alguien elige dar clases puntualmente en esos lugares, aún en épocas de mayor inseguridad?

“Yo empecé a trabajar desde muy jovencita con el padre Tomás Santidrián. Iba a diferentes villas con el Secretariado de Minoridad y me encargaba de la tarea de alfabetización. Me gustaba mucho el trabajo social que hacíamos”, cuenta con entusiasmo, Mabel Ríos, profesora de Nivel Primario especializada en Educación para Niños en Riesgo Social.

“Por eso –dice– cuando se abrió el profesorado Josefina Bakhita (en honor a la religiosa sudanesa nacionalizada italiana, destacada por su servicio social por los más pobres y desamparados) en el colegio Nuestra Señora del Huerto, de Rosario, fui una de las primeras en inscribirme para cursar la especialidad para niños en riesgo social”.

Según relata Mabel, Santidrián siempre decía que “todos los niños en algún momento de su vida pasan por la escuela”, y que por eso, como docentes “teníamos que estar capacitados para poder detectar algunas problemáticas que sólo se detectan en la escuela”.

“Él fue como un padre para mí; me becó los estudios para que pudiera capacitarme y a partir de entonces, me dediqué de lleno a trabajar en escuelas urbanas marginales, con los que más lo necesitan. Fue una elección propia, que me hace sentir bien y al mismo tiempo, más valorada en mi trabajo”, afirma.

Radio verdad

El año pasado, en la escuela 1080 Gabriela Mistral, ubicada en la zona oeste de la ciudad, muy próxima al Mercado de Concentración Fisherton, Mabel y otros docentes armaron un proyecto de radio. Cuando empezamos a trabajar e instalamos la radio en la escuela, teníamos que elegir un nombre para el programa y los chicos votaron por “El búnker de los chicos”. Claro que la palabra “búnker” aparecía relacionada con la problemática de la droga y los reductos de este tipo donde se comercializan sustancias, que existen en el contexto barrial de los chicos.

“Allí surgió un planteo, porque nosotros apuntamos todo el tiempo a demostrarles a los chicos que se puede cambiar, aprender y mejorar, mientras que la idea del búnker, en cierta forma los reinstalaba en la misma problemática; así que decidimos trabajarlo distinto”, dice Mabel.

“Como ese era el nombre elegido por ellos, buscamos en el diccionario la palabra búnker, y allí apareció la referencia al lugar de resguardo de la población ante los bombardeos, que no es la acepción más conocida por los chicos, actualmente. Entonces, yo les preguntaba de qué se podían resguardar en ese búnker y salieron a la luz cuestiones sociales ligadas a las adicciones, violencia de género, abusos y otras cuestiones duras de sus vidas. Ellos dijeron que ése iba a ser el espacio donde iban a resguardarse de todas las cosas que les hacían mal”.

De ahí surgieron un montón de trabajos a través de los cuales los chicos fueron poniendo en palabras situaciones que estaban viviendo y fueron contándoselo a los demás para buscar soluciones que, como niños, ellos podían ofrecer a esa problemática.

“Yo trabajo el tema de prevención de adicciones y si prestamos atención a la definición etimológica del término «adicto», «a» significa «no» y «dicto», «decir». Por ende –explica la docente– «adicto» es el que no puede decir, el que no puede poner en palabras. Por eso, la idea de la escuela es que los chicos puedan poner en palabras lo que sienten, lo que les pasa, a través de la radio. Que puedan hablar. Y nosotros convertirnos en esa oreja grande que los escucha y que los alienta a ser los artífices de un mundo distinto si se proponen otro proyecto de vida; pequeños proyectos de vida que a ellos les llena el mundo”.

“Esfuerzo” versus “Plata Fácil Ya”

En el actual contexto social –donde el éxito y el reconocimiento público aparecen, cada vez más, asociados al dinero y a la posesión de bienes materiales, logrados de forma veloz y con el menor esfuerzo posible– transmitir a los alumnos el mensaje de que estudiar y trabajar es bueno y nos hace mejores personas, no es tarea sencilla.

Con esta situación también se enfrentan los maestros y maestras a diario, sobre todo cuando se trata de familias en las que la rutina laboral no es parte de su historia de vida.

“Un día, charlando con las chicas, un grupo me decía: «seño, las botineras ya fueron; la salida ya no es ser la mujer de un jugador de fútbol millonario, sino ser merquera, es decir, ponerse de novia con un narcotraficante para llenarse de plata. A veces, los chicos cuentan: «mi papá era narco y está preso en tal lugar»; entonces le preguntamos: ¿y cómo está? «Él está preso y nosotros estamos muertos de hambre» o «mi mamá después lo echó», responden. Ése es el momento de trabajar poniendo la palabra y reforzando la idea de la familia”.

“Lo que uno ve es la ausencia de la figura paterna. Por eso a veces me preguntan por mi papá. Yo les cuento que tiene 80 años, que está jubilado y que está bien. Uno de ellos me dijo hace poco: «nosotros no tenemos un padre así».

Entonces, aunque resulte duro, tratamos de fomentarles que ellos no tienen que cargarse sobre los hombros la historia de la familia y de los padres, sino intentar salir de eso y buscar una luz distinta” refuerza Mabel.

Abrir la mirada

La docente destaca el rol fundamental de los viajes, para ayudar a los chicos a ampliar la óptica. Para poder salir y mostrarle otros espacios, otros lugares. Eso surte “un efecto increíble”.

“Cuando fuimos al campamento de Máximo Paz, del Ministerio de Educación de Santa Fe, muchos de mis chicos se bañaron por primera vez debajo de una ducha y me decían felices: «¡seño, el agua me cae de arriba!». Cuando fuimos de excursión a Santa Fe y se sentaron a almorzar frente a una mesa bien puesta, me decían: «¡seño, somos ricos!». Ese es el momento de alentarlos y decirles que si estudian y buscan un trabajo digno, pueden lograr eso que están viviendo y que les parece tan lindo.

Este año 2015, Mabel estará al frente de tres séptimos grados en la escuela 1080 Gabriela Mistral, ubicada en San Lorenzo y Wilde, frente al Prado Asturiano. Allí asisten chicos que viven detrás del Mercado de Concentración y detrás de la cancha de Jockey, de Rosario. También tendrá dos grados más –cuarto y quinto– en la Escuela Nuestra Señora de la Roca, Camilo Aldao y Cerrito, muy cerca de Villa Banana. Ésta última es una escuela privada, scalabriniana, que trabaja con los inmigrantes, bajo el mandato de monseñor Scalabrini.

Trabajan con el Programa No graduado del Ministerio de Educación, en virtud del cual los chicos no son calificados con notas, sino por sus procesos y sus logros, y pueden movilizarse dentro de diferentes grupos, según los avances que van experimentando.

Mabel señala que tienen un apoyo muy importante de los padres para cuidar la escuela. Que si ven algo extraño, llaman por teléfono o se comunican con la portera que vive cerca. Se involucran en la limpieza, la pintura, y la reparación de cosas rotas. Proponen bingos para reunir fondos, elaboran y venden pastelitos para que los chicos pueden hacer el viaje de estudios de séptimo y también participan de las actividades de la escuela. “Esa actitud que se fue consiguiendo de a poco, para nosotros es muy importante”, afirma.

La escuela: “solución a todos los problemas”

La docente admite que duele el frío del chico que llega desabrigado en pleno invierno, o con hambre, deseando desesperadamente que sean las 9 para ir a tomar la leche (hay chiquitos de 6 años se toman cuatro vasos porque quizás la noche anterior no comieron), todo eso duele. Pero por otro lado, destaca que se percibe mucha sensibilidad, afecto y acercamiento con los chicos, lo cual resulta muy gratificante para todos.

“Yo doy Lengua y muchas veces me pasó, que al leer una narración o un cuento que escriben los chicos, aparece mencionada la escuela como el lugar donde se solucionan todos los problemas. «Fueron a la escuela y les consiguieron trabajo», «y entonces en la escuela les dieron de comer y los llevaron al médico», escriben y yo me quedo pensando.

Hay muchos chicos que terminaron la escuela y siguen dando vueltas, apareciendo en los actos, y si se hace un arroz para juntar el dinero para algo, van a servir las mesas. “Éso es pertenencia –concluye Mabel– y asume convencida que “la escuela también sirve –como si todo lo anterior fuese poco– para recuperar la sonrisa de nuestros chicos”.