“Paraíso no es aquí, aquí es nunca, aquí es quizás, aquí es mañana, aquí es jamás” (“Dinero”, Bunbury-Marlango).

Hay un fantasma en la autopista Rosario-Santa Fe. Se aparece a la altura de San Lorenzo, luminoso y volátil, erizando los pelos de los conductores que se agarran al volante con fuerza ante semejante espectáculo. Los que lo vieron dicen que es una mujer, un alma en pena que intenta encontrar el paraíso.

Pero no es aquí.

Aunque en la última semana se hayan producido hechos extraños, esta tierra nada tiene que ver con campos florecidos, cruzados de árboles nutridos de frutos ni soles mezclados con lunas. No hay ángeles con arpas ni nubes flotantes. No hay para siempre ni eterna cadencia.

El fantasma pierde el tiempo en estos pagos, confundiendo lo inverosímil que envuelve el aire de los últimos días en la provincia, con cuestiones celestiales o mágicas. Nada más real e increíble a la vez, que la elección del domingo 14 de junio, con su primero triple y luego doble festejo, un recuento posterior de votos y el reciente anuncio de un resultado que, otra vez y aunque parezca mentira, contó con dos ganadores.

¿Santa Fe se convirtió en el lugar donde todo puede pasar?

En los medios de comunicación convivieron entes espirituales que deambulan por los alrededores con un final de escrutinio definitivo a dos campanas. Este martes al mediodía, la televisión en vivo mostraba a pantalla partida a militantes socialistas que vivaban a Miguel Lifschitz gobernador y en la otra mitad la diputada Alejandra Vucasovich arengaba a integrantes del PRO a festejar la victoria de Del Sel.

Al final todo es cuestión de fe.

La luz blanca a la vera de la ruta puede ser un fantasma que intenta encontrarse con un más allá que le prometieron en vida o bien, las ganas de milagros de algunos o el miedo de otros. También puede ser una mentira que llegó demasiado lejos.

Algo así pasa con esta elección. Es creer o reventar. Desde que el Frente Progresista salió a celebrar una victoria aún con números adversos se trató de una materia de confianza que tanto el oficialismo como el PRO no tuvieron reparo en poner al límite del juego.

Porque también fueron los “otros ganadores” los que a pesar de que el Tribunal Electoral garantizó un proceso de escrutinio en que se abrirían las urnas que fueran necesarias, todavía insisten en poner en duda lo que se contó y con ello al sistema electoral, los fiscales y por qué no la misma política.

Tampoco cooperaron las declaraciones emitidas desde el gobierno que en ningún momento admitió la posibilidad de que el reclamo de revisión fuera otra cosa que la imposibilidad del PRO de digerir la derrota.

Es cierto que la situación se volvió más tensa ante la escasez de sufragios en disputa pero quizás si tanto de un lado como del otro se hubiera evidenciado un real interés en defender la elección de la ciudadanía todo hubiera sido más creíble. En cambio, lo que primó fue la sensación de que fuimos testigos de una feroz disputa de poder en nombre del derecho a elegir que tanto le costó al país recuperar tras perderlo en la dictadura.

Ya con la balanza inclinada al Frente Progresista, lo que queda por delante es reconocer que, votos más votos menos, el electorado se expresó diverso y que no existen mayorías ni apoyos contundentes. Quizás sea la convivencia de pensamientos el mayor desafío que tenga hoy la provincia. Por lo que pasó en las elecciones, es seguro que será un camino difícil de recorrer. Tan complicado como hallar el paraíso en la tierra.