Ya sea por el paso del tiempo, la falta de cuidados, la higiene inadecuada, los problemas hormonales o las agresiones externas producidas por los cambios térmicos y de humedad, así como la polución, nuestra piel sufre una degradación constante que trae consigo distintas consecuencias con perjuicios a nivel estético y de salud.

Dos tiempos transcurren para la piel: el externo de las estaciones, con sus cambios de clima y temperatura. y el interno, con su propio ritmo y efectos del envejecimiento celular.

Los factores extrínsecos tienen que ver fundamentalmente con el ambiente: la polución, el humo de cigarrillo, la exposición a los rayos ultravioletas y las temperaturas extremas. Activar la calefacción en el hogar, por ejemplo, y el contraste que se produce con el frío de la calle, deshidratan, resecan, dan opacidad y fragilidad a la piel. Todo esto se suma a las agresiones que sufre en el verano por la exposición al sol, al mar, al cloro de las piletas y al aire acondicionado.

Todos estos agentes provocan la formación de radicales libres que causan daños químicos en lípidos, proteínas y en el ADN, limitando en parte, algunas de las funciones e integridad de las células. Por ejemplo, los rayos ultravioletas son responsables en un 90% del envejecimiento prematuro de la piel y la mayor proporción de radiación estos rayos la recibimos antes de los veinte años.

Los factores intrínsecos están relacionados con el reloj biológico determinado genéticamente como parte de nuestro proceso vital. A partir de los veinte años comienza el envejecimiento más allá de los factores externos.

Eventualmente se forman arrugas y disminución del tono muscular el proceso de exfoliación cutánea deja células sin vida que se acumulan por largos períodos de tiempo. El recambio de las mismas desde las capas más inferiores hasta la superficie se hace más lento, dando como resultado una piel con superficie más apagada.

Otra consecuencia es que se reduce año a año en un 1% la producción e fibras de colágeno y elastina. Dichas fibras se hacen más gruesas, dando una piel poco elástica y eventualmente se forman arrugas y disminución del tono muscular. Estos cambios, así como la compresión de las células de la barrera epidérmica contribuyen a causar deshidratación y pérdida de turgencia.

A partir de los treinta proceso se va profundizando, la transferencia de humedad desde la dermis hacia la epidermis se enlentece y las células grasas comienzan a disminuir. Aumenta la pérdida de agua provocando deshidratación ya que la piel comienza a producir menor cantidad de ceramidas, lípidos y ácidos grasos que forman la barrera humectante natural.

Producto del paso del tiempo se empiezan a presentar otros cambios. Aparecen pequeñas líneas de expresión en el rostro especialmente alrededor de los ojos y labios, también disminuye el brillo y tersura. La coloración va cambiando y aparecen algunas pequeñas manchas. La disminución de la coloración que se asocia al envejecimiento se debe a la disminución de células que dan color.

Cada diez años los melanocitos disminuyen en un 6-8%. Por otra parte, el tiempo de recambio de células desde las capas más inferiores de la piel hasta la superficie se hace más lento, de  30 -50% a partir de los treinta. Este “slowdown” en el ciclo celular combinado con el proceso de descamación menos eficiente da la característica de una piel con superficie más apagada.

Consejos para detener el envejecimiento prematuro:

- Usar fotoprotector contra las radiaciones UVA y UVB todos los días.

- Higienizar el rostro con regularidad.

- Utilizar cremas humectantes diariamente.

- Utilizar cremas con antioxidantes para eliminar los radicales libres.

- Realizar exfoliaciones semanales para eliminar las células muertas.

- Llevar una vida sana que involucre ejercicio diario y una dieta equilibrada moderando al mínimo el consumo de alcohol, cigarrillo y café.