Gabriel Sánchez Zinny, máster en Políticas Públicas, Georgetown University y especialista en temas de educación analiza la importancia que tiene la educación superior actualmente y cómo fue cambiando en torno al surgimiento de la enseñanza online.

Como explica el especialista, la educación superior se ha convertido en un paso obligado para competir en el mercado de trabajo del siglo XXI. Diversos estudios han demostrado que las personas con títulos superiores -de institutos comunitarios, programas de formación técnica o universidades tradicionales- tienen mejores salarios a lo largo de su vida, pero además gozan de una mayor movilidad social, una esperanza de vida más larga y mayores oportunidades. Sin embargo, a pesar de estos hallazgos, la enseñanza postsecundaria es aún escasa en las economías emergentes como en las latinoamericanas. Y en los países más desarrollados, los costos -y la consecuente deuda- se han disparado. Un informe reciente de los investigadores de Harvard Claudia Goldin y Lawrence Katz sostiene que “las ganancias asociadas a la educación superior en EEUU se han elevado de modo marcado desde 1980, sugiriendo que la oferta de formación para el trabajo no ha podido seguir el ritmo de la demanda”.

Sánchez Zinny sostiene que este déficit ha abierto las puertas a la innovación en el sector, en particular con la expansión de las tecnologías educativas. Programas como los llamados MOOC, en sus siglas en inglés (cursos en línea masivos y abiertos), brindan a estudiantes de todo el mundo acceso de bajo costo a cursos dictados por instituciones líderes como el MIT o Harvard. ¿Pero este tipo de oferta está reduciendo los costos en el sector? Y, aún más importante, ¿es una oferta competitiva en términos de calidad?

A pesar del intenso debate en torno a los beneficios de estos nuevos formatos -que convierten a la educación en un bien de cambio, que puede ser importado y exportado a través de países y regiones-, la evidencia en uno y otro sentido ha sido escasa. El informe de Goldin y Katz viene a cubrir parte de esta necesidad. Los autores encontraron “cierta evidencia de que las universidades están reduciendo los costos a través de los cursos online, sugiriendo que los avances en las tecnologías de aprendizaje virtuales podrían llegar a ‘torcer la curva de costos’ en la educación superior”.

Sin embargo, expone Sánchez Zinny, aún hay cierta percepción de que la educación en línea es menos seria, menos rigurosa que la cursada tradicional. Frente a ello, el estudio de Harvard señala que las titulaciones 100 % en línea han crecido de un 0,5 % en 2000 a más del 6 % hacia 2012. Y como indica la experta en políticas educativas Rachel Fishman, “prácticamente todos los estudiantes son hoy de alguna forma alumnos online -sea porque acceden a servicios institucionales de manera virtual, porque toman cursos híbridos o completamente virtuales, o porque se inscriben en programas de créditos virtuales”.

Gran parte de este crecimiento viene de los EEUU. Compañías como Kaplan, la Universidad de Phoenix y la Universidad DeVry juntas cuentan con cientos de miles de alumnos virtuales, más de un tercio del total del país. Y también se están expandiendo hacia América Latina: DeVry ingresó al mercado brasileño en 2009 y hoy maneja 11 instituciones con más de 86.000 alumnos. La Whitney International University System, con base en Dallas, opera la Universidad Siglo XXI con cursos en Panamá, Colombia, Argentina y Brasil.

La enseñanza virtual lleva consigo la promesa de hacer accesible la educación a nivel global, a pesar de que los avances en esta dirección sean lentos. El estudio de Harvard revelaba que hacia 2013 solo el 1 % de la matrícula en cursos virtuales provenía de fuera de los EEUU. Pero los MOOC y otras tecnologías están cambiando esto. Hoy, por ejemplo, alrededor del 10 % de todos los estudiantes que participan de la plataforma virtual edX del MIT -unas 130.000 personas- son latinoamericanos.

El reporte de Goldin y Katz también resalta otro aspecto importante de estos desarrollos: la educación en línea no se trata tanto de reemplazar las licenciaturas tradicionales, como algunos creían que sucedería, sino más bien de ampliar las oportunidades de aquellos que de otro modo quedarían fuera de la educación superior. “[L]os alumnos virtuales son más grandes, tienen niveles de educación parental más bajos, son ellos mismos más proclives a ser padres solteros, y suelen ser trabajadores full time con más frecuencia que otros estudiantes universitarios”, describen los autores.

“La mayoría de nuestros estudiantes tienen trabajos full time y eligen los cursos online porque necesitan de la flexibilidad horaria”, confiesa David Stofenmacher, fundador de UTEL, la universidad virtual mexicana, que cuenta con cerca de diez mil alumnos. “Por su origen socioeconómico, también suelen necesitar un soporte mayor que los estudiantes tradicionales”.

Finalmente, el experto sostiene que la enseñanza virtual está atendiendo a una porción de la población que ha sido largamente postergada. Mientras sigue abierto el debate sobre la calidad que el sector es capaz de ofrecer, hoy está brindando una opción válida para trabajadores adultos o estudiantes marginados que de otro modo accederían a poca o ninguna alternativa. Sobre todo en las economías emergentes de América Latina, estas opciones deberían ser estimuladas y expandidas, aunque sea para inyectar una sana y necesaria competencia que incentive la creatividad en los proveedores educativos habituales.