La flora intestinal, las bacterias que conviven con nosotros en el intestino, tienen una función desconocida hasta ahora: protegernos frente al asma. Según una investigación que se publica en «Science Translational Medicine» los niños con niveles bajas de cuatro bacterias que conforman el microbioma son más propensos a desarrollar asma.

Los resultados de este análisis, desarrollado en más de 300 niños, abren la posibilidad de diseñar una terapia probiótica para prevenir el riesgo de asma en los bebés, la enfermedad crónica más común en la mayoría de los niños.

El número de asmáticos ha aumentado en las últimas tres décadas de forma dramática y se calcula que hay cerca de 300 millones de personas en todo el mundo. El asma se atribuye a una confluencia de factores genéticos y ambientales, el microbioma intestinal humano incluido. Se sabe que esta comunidad de bacterias colonizadoras sirve como vínculo fundamental entre el medio ambiente y nuestro sistema inmunológico.

Cuatro bacterias claves

Las investigaciones llevadas a cabo hasta ahora han demostrado cómo las alteraciones microbianas pueden influir en el desarrollo del asma en los animales, pero se desconoce si ocurre lo mismo en los seres humanos. Ahora, el equipo de Marie-Claire Arrieta, de la Universidad y el Hospital Infantil de British Columbia (Canadá) han analizado a 319 niños canadienses desde su nacimiento hasta los tres años de edad y analizaron su microbiota a partir de muestras de heces.

De esta forma ha visto que los bebés de tres meses de edad que albergaban niveles más bajos de cuatro tipos de bacterias -Lachnospira, Veillonella, Faecalibacterium y Rothia- eran más propensos a ser diagnosticados con asma a los tres años. En comparación con sus homólogos sanos, los niños de alto riesgo habían sido tratados conantibióticos, que se sabe que alteran el microbioma, antes de cumplir el año de vida.

En animales se ha visto que la restauración de dichas bacterias reducía la inflamación y el desarrollo de asma.

Ventana crítica

Los resultados sugieren que los primeros tres meses de vida de un bebé puede representar una ‘ventana crítica’ para que nuestra microbiota moldee el desarrollo del sistema inmune y aquellas perturbaciones que pueden causar asma.

«Este descubrimiento aporta nuevas formas para prevenir esta enfermedad y demuestra que hay un corto periodo de tiempo, tal vez de 100 días, para administrar intervenciones terapéuticas que protejan frente al asma», concluye el investigador Stuart Turvey.