“La lluvia borra la maldad y lava toda las heridas de tu alma”, Luis Alberto Spinetta.

Llegar a casa se convierte en el único pensamiento. El viento vuela el resto de las ideas, con ellas los pelos, la pollera, el paraguas. El agua enseguida encuentra donde escurrirse, estoy empapada. Mientras piso charcos, medito en el privilegio de contar con un lugar donde secarme. Un abrigo que será almuerzo, y varias ventanas desde donde disfrutar la lluvia sin mojarse.

Es un día de miércoles de finales de febrero. La misma lluvia cae en otra parte de la ciudad. En 27 de febrero y Circunvalación el cielo también se descarga después de tanto calor y humedad acumulados. Revientan las gotas sobre las maderas y chapas que un grupo de familias levantó en terrenos privados. Sí, los usurparon y se instalaron ahí. Ahora, los alcanza la tormenta que fue advertida, un fenómeno de lluvia abundante, y andá a saber si no cae piedra.

En pocos minutos la tierra es barro. Y, desde siempre, el escenario de luchas, de incesantes peleas por lo mío y lo tuyo. Ahí, en medio del fango, es a cara de perro por los metros, por el mismísimo lugar en donde clavar los palos. Afuera, aunque siempre en el lodo, la discusión menos corporal es por la extensión de los derechos de la propiedad.

Ni dueños ni ocupantes podrán encontrar refugio en ese suelo. Usurpadores y usurpados sufren, cada cual a su manera, de la desprotección que genera la desigualdad. Nadie ya podrá dormir tranquilo cuando en la vigilia se construyan condiciones tan disímiles de existencia y de oportunidades.

El boom de la construcción y la especulación inmobiliaria sumado a un contexto inflacionario dejaron en Rosario unas 70 mil viviendas deshabitadas. Son puertas y ventanas cerradas, pasillos en silencio, piezas sin rastros de olor humano, sin risas ni lamentos. Un gran vacío cargado de ladrillos que se opone a otra ausencia más real y palpable: la falta de vivienda que unas 50 mil familias padecen en los mismos márgenes.

Por estos días se escucharon varias voces. Muchas señalaron que las usurpaciones –tres en la última semana–huelen a campaña política y sostienen que los usurpadores son movilizados a tomar terrenos ajenos. Puede que sea cierto pero esta posibilidad no convierte a los ocupas en propietarios, ni a los usurpadores les devuelve su genuino derecho sobre los terrenos en disputa.

La vivienda digna es un tema que le compete a la política, estén o no los dirigentes en campaña. ¿No fue la promesa de solución a este flagelo lo que llevó a muchos políticos a ocupar puestos ejecutivos y legislativos? Acaso la política tiene techo.

Ya por calle Pueyrredón (estoy en Pichincha) me siento cerca de casa. A pesar de la caminata rápida los puedo ver en detalle. Los carteles de campaña también sufren las ráfagas y el agua les cae a baldazos. Pareciera que un furioso carnaval se empeñara en perturbar tanto gesto amigable y sonrisa franca.

El pronóstico anuncia chaparrones para largo, al parecer el verano busca esfumarse en marzo. Pero, afortunadamente, siempre que llovió paró. Ya el sol se encargará de salir para todos.