Al tipear “Silicon Valley” en Google Maps, la mágica cartografía digital nos conducirá al mapa de la zona sur de la Bahía de San Francisco, en California. Pocos se sorprenderán al encontrar numerosos marcadores que dan cuenta de la presencia de muchas de las compañías más renombradas de la industria tecnológica.

El listado incluye nombres como Apple, Google, Facebook, AMD, Yahoo, eBay, PayPal, IBM, Cisco y Tesla, entre otros. De hecho, el nombre de esta región estadounidense se explica por las industrias que la habitan hace largos años. Silicon Valley se traduce por “valle de silicio”, una referencia a los chips fabricados con aquel material (allí comenzó la producción de los mismos) y luego aplicado a la jauría de empresas que, desde Mountain View, Sunnyvale, Palo Alto y Cupertino, aúllan novedades tecnológicas hacia el mundo entero.

A pesar de que este valle californiano sigue siendo la indiscutida meca de la industria tecnológica, algunas ciudades en el globo comienzan a disputar un reinado ininterrumpido desde los años setenta hasta el presente. El viaje nos llevará hasta ciudades de Israel, Alemania y Rumania, y a evidencias que dan cuenta de un imposible divorcio con el capital estadounidense.

¿Cómo negarse a las ofertas de Estados Unidos?

Con poco menos de 8 millones de habitantes, en Israel hay unas 4 mil startups tecnológicas (en total hay más de 3 mil compañías nacientes per capita) que encuentran un notable empuje gracias a la inversión pública. El epicentro de esta tendencia que mueve millones y atrae capitales en todo el mundo es Tel Aviv, centro económico y financiero del país, al que ahora llaman “Silicon Wadi”. “Wadi” se traduce por “valle”; la referencia es directa.

Tal como cuenta el diario español El Mundo, a diferencia de Sillicon Valley, el desarrollo tecnológico israelí es más interno que foráneo: los esfuerzos de aquel Estado se enfocan en fomentar la industria con talentos locales. Aquella fuente da cuenta del interés de España por el modelo emprendido en Israel y habla de una meca “menos glamorosa” que Silicon Valley, enfocada en proyectos también tecnológicos aunque más aplicados a la ciencia, la medicina y la ingeniería. Muchas de las startups israelíes ganaron fama cuando, tras despertar la atención de algunas empresas poderosas de Estados Unidos, tuvieron que aceptar la oferta y pasar a depender de aquellas.

Waze, una aplicación que muestra niveles de tráfico vehicular en tiempo real, fue creada en Israel y comparada por Google en 2013; los de Mountain View pagaron cerca del mil millones de dólares. También en 2013, IBM compró la compañía israelí Trusteer, especializada en soluciones para barrer malwares y fraudes informáticos; y Facebook sumó a sus filas a Onavo, un analista de datos móviles. Dos operaciones más recientes también dan cuenta de la ascendente industria tecnológica israelí y, asimismo, de una ineludible absorción.

En febrero Microsoft pagó 200 millones de dólares por N-Trig, una firma de Israel que desarrolla lápices stylus, los cuales ya eran utilizados en la línea Surface. Hacia abril Apple pagó 20 millones por LinX, especialista, también de aquel país a orillas del Mediterráneo, en sensores para cámaras de smartphones y tablets y eventual adición para los próximos iPhones. Otro israelí adquirido es WatchDox, startup enfocada en sistemas de seguridad corporativos, en este caso por la canadiense BlackBerry.

Otro horizonte en Berlín

Ya en 2012, cada día nacían en la capital alemana cinco nuevas empresas vinculadas a la tecnología y a Internet. Una de las más conocidas es Research Gate, una suerte de Facebook dedicado a los científicos, médicos, biólogos y profesionales afines. De Alemania también surgieron proyectos exitosos como la plataforma de juegos Wooga o la red social de música Soundcloud. Esta tasa de crecimiento, mixturada con la prometida eficiencia y puntualidad germana, postularon a Berlín como la “nueva tierra prometida” para emprendedores del área en todo el mundo.

Un artículo de El País dio cuenta de la necesidad de estas compañías alemanas de cubrir cientos de puestos vacantes, aunque también de algunos aspectos negativos relativos a las condiciones laborales en dichas empresas. Eso sí: uno de los requisitos indispensables para formar parte de estas startups vuelve a hablar de una (aparente) imposible autonomía con la fuerza tecnológica estadounidense: los postulantes deben conocer el inglés como si se tratase de su lengua materna, código indispensable para mover influencias en este mundillo que crece fuera de los límites de Estados Unidos pero que, indefectiblemente, mira por el rabillo.

Países asiáticos muestran más rebeldía ante el poderío norteamericano: China rechaza algunos productos provenientes de Estados Unidos; y Corea del Norte incluso cuenta con un sistema operativo en su propio idioma, Red Star 3, del cual no se conoce demasiado fuera de los límites de aquel país y que fue mostrado casi en forma clandestina por un ex empleado de Google, según había publicado Business Insider. Pero esa es ya harina de otro costal.

Fuente: DonWeb