Ya lo dijo hace 20 años Giovanni Sartori en su Homo Videns. La televisión y el incesante traqueteo de las usinas informativas degradan cada vez más nuestra capacidad de comprender. Y, a veces, hasta de sentir. Por eso, como señala Sartori, en muchas oportunidades no vemos sino que tele-vemos a la distancia sucesos que nos parecen lejanos. Muchas veces los aceptamos con la mirada diluyente de quien nos cuenta la historia y no nos detenemos a racionalizar lo que vimos. A pensar.

Esta semana, el comisario pasado a disponibilidad Sergio Blanche, uno de los 36 procesados en la mega causa Los Monos elevó un planteo de recusación al juez de instrucción Juan Carlos Vienna por lo que considera “peligro de parcialidad”. Lo hizo apelando a una entrevista radial en el programa A Diario (Radio 2), que conduce Alberto Lotuf, acompañado por quien estas líneas escribe. En el documento, especifica que Vienna dijo en una entrevista del 17 de noviembre pasado estar “enojado” con Blanche, que lo filmó en su despacho con una cámara oculta meses atrás. Es conocido el relato: en el video Vienna le habría dicho que “cambie de abogado”. Lo que se le escapa a muchos es que evidentemente no tiene peso como para complicar al juez, que sigue a cargo de la causa. Hay que reconocer que pedir la citación de dos periodistas bajo juramento es menos espectacular, pero persigue el mismo objetivo: hacer tambalear el papel de Vienna. Como estrategia, no es ilegal. Pero este camino judicial tiene callejuelas laterales resbaladizas. Termina todo embarrado.

Jurídicamente, al intentar excusarse de la causa, Vienna se aplicó a si mismo un revés que lo esmeriló. Según el tribunal unipersonal de la Cámara de Apelaciones en lo Penal, es decir el juez Rubén Jukic, Vienna dictó los procesamientos de manera correcta. Su colega Alejandra Rodenas dio por tierra con el argumento de “violencia moral” por la que Vienna intento apartarse. Es difícil no ver un claro mensaje del Poder Judicial que, aunque no actúe monolíticamente, sí lo hizo cuando fue amenazado de muerte meses atrás. Y otro mensaje bien podría ser éste: al intentar excusarse, Vienna puso en riesgo la credibilidad de una investigación que había sido y aún hoy es respaldada en el ámbito.

Por eso las estocadas como la que Blanche y otros procesados de la mega causa: intentan correrlo o forzar nulidades. Blanche y otros procesados disparan mediáticamente sobre el juez porque esos disparos se ven. Como esas denuncias se ven, el hecho “existe”. Por más que no se pueda probar. Por más que no exista. Lo que importa es que parezca que está allí. Si la televisión los muestra, los hechos “son”.

Non vidi, ergo non est (Lo que no se ve, no es). Dicho de otra manera: es necesario buscar elementos fuera del terreno judicial porque lo actuado por el magistrado, con errores o actitudes que algunos colegas no comparten, está firme.

En una etapa cercana al juicio, bien pudo ser un mensaje de Vienna al poder judicial y político. Si uno fuera malpensado se preguntaría si aguantó los embates hasta que no pudo eludir que había cometido acciones impropias de un magistrado. A la segunda instancia uno se pregunta si no les quiso decir que no sabe dónde termina esto. Quién cuida de él y su familia. Que lo preocupa lo insondable que puede ser la memoria en el mundo criminal: si no se la tendrán jurada de por vida. Dos cosas ocurrirán en el corto plazo: Vienna elevará el caso a juicio. Eso implica que pueden venir instancias de juzgamiento abreviado para “pesos pesados” que componen la nómina de procesados. 

Todo esto no pasa en Damasco ni en Marrakech. Pasa acá. Y desde Rosario lo contamos y mostramos todos los días. Por eso caemos en la reflexión de que se vive en el tiempo de la anestesia total. Como en el Homo Videns, somos niños adormecidos por las imágenes de la televisión, obnubilados por la espectacularidad de la imagen. Porque falsas pruebas y hechos inexplicables para un juez se inscriben en el texto de la desconfianza general hacia las instituciones.

Leemos sin tiempo de comprender. Miramos sin ver. Para el hombre que ve, dice Sartori, lo que no puede ver no existe. Es lo que llama Homo Videns. 

Nos perdemos la parte de la historia que no vimos y no entendemos. Observamos todo cómodamente instalados en el living, esperando que alguien nos venga a pellizcar para despertarnos de la pesadilla.