Es común escuchar definiciones unívocas acerca de los jóvenes, con fuertes estereotipos rígidos, como portadores de un estigma por el solo hecho de tener una edad determinada que los ubica en dicha categoría. Sin embargo, la juventud es un concepto que debe ser entendido desde una perspectiva de construcción sociocultural, que contempla a su vez la historia de vida y los contextos en los cuales se constituyen como tales los sujetos en cuestión.

Es fundamental, entonces, desnaturalizar la idea de joven que tenemos, interrogarnos y repensar aquellas frases y algunas prácticas que sostienen y refuerzan al joven como problemático o vago. O, lo que es peor, esta etapa está caracterizada como “la edad del pavo”. Basta sólo buscar algunos artículos en Internet para notar cómo el concepto adolescencia se identifica con esta categoría de antaño. No siquiera el avance científico en psicología ni la difusión masiva de información en la web pudieron romper con esta definición que usaban nuestras abuelas. Incluso se puede leer en medios masivos de comunicación la idea de postergación de este ciclo hasta los 25 años, identificando al adolescente con altibajos emocionales o cambios abruptos en su conducta.

Estos estereotipos señalados, se encuentran masivamente en la web, en los discursos de los profesionales (médicos, docentes), e inclusive en la propia mirada del joven sobre sí mismo.

A modo de ejemplo, si googleamos la palabra adolescencia, las imágenes que devuelve la web son reflejo de los estereotipos mencionados. Los jóvenes que muestran, a manera de categoría inmutable, tienen ciertas características homogéneas, tales como diversión, alegría, disfrute, en un escenario “aséptico”, con el fondo blanco de algunos retratos o el verde del aire libre, a modo de identificarlos con la felicidad.

Por tanto, intentando romper con una visión sesgada, es indispensable comenzar a interpelar algunas de las estructuras que han cimentado en nuestras vidas para volver a crear otras que los vean como ciudadanos activos, personas trabajadoras, sujetos políticos y/ o futuros profesionales. Esto nos permitirá reconocer en ellos las singularidades y las particularidades de sus historias personales.

Es necesario reconocer que, si bien la edad permite delimitar la condición juvenil, no es este criterio excluyente ya que la misma sólo es un referente biológico, y no alcanza para definir a la juventud, debido a las distintas interpretaciones que se le deben dar al interior de una misma sociedad. No es lo mismo ser joven en barrio urbano marginal que en pleno centro de la gran ciudad, o vivir en una comuna de 3000 habitantes o en una gran metrópoli. Las costumbres y los estilos de vida se imbrican en esta definición y nos lleva a identificar cientos maneras de ser joven, diferentes entre sí, que van cambiando según los espacios y los tiempos.

Cientos de ejemplos en las costumbres cotidianas los ubican en una escala de menor jerarquía; mirada, propia de muchos, que los deprecia y los desvaloriza como sujetos activos de la sociedad que conformamos todos. Incluso, ciertas experiencias nefastas en este sentido pueden dejar marcas en los jóvenes y tener repercusiones en su posicionamiento social durante otros momentos de la vida.

Más allá de identificar a la juventud con una edad determinada, es necesario reconocer las diferencias que la caracterizan en función de las trayectorias individuales y socio- culturales a fin de ampliar la mirada a nuevas juventudes potenciando el diálogo intergeneracional y la participación conjunta para el bien común a través de la acción colectiva.