“Nos empeñamos en dirigir sus vidas

sin saber el oficio y sin vocación.

Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones

con la leche templada y en cada canción.

Niño, deja ya de joder con la pelota...”

(Joan Manuel Serrat)

“Sí se puede”, “Sí se puede”. Los 12 mil pibes gritando el lema de campaña de Mauricio Macri en pleno acto del Día de la Bandera sonaron a ruido. Muchos adultos tardaron nada en acusar al presidente de usar a los niños para hacer política, justamente cuando desde su sector partidario se celebraba la recuperación “cívica” de la ceremonia. Ya se sabe que la espontaneidad no es una cualidad de la clase política y en esto Macri no es la excepción. Tampoco la inocencia que sí demostraron esos nenitos helados sonriendo encantados cuando los globos alcanzaron por fin el cielo de bandera.

La persistente utilización de los más chicos de parte de Mauricio Macri en su carrera a la Casa Rosada ya fue varias veces cuestionada. Ahora presidente, la estrategia es la misma. Justamente este martes, compartió en su Facebook un video donde es entrevistado por un adolescente rosarino. Una vez más, el encuentro aparece natural y desinteresado, reconvertido en una pieza más de su proselitismo político.

Pero no es el macrismo el único que recurre a la simpatía de los pequeñitos, de su irreverencia y neutralidad para llevar agua a su propio molino. La niñez suele ser la alternativa perfecta a la hora de construir discursos políticos, sean del color que sean. Apelar al “supremo” interés de “nuestros hijos” es un punto a favor en cualquier gestión, aunque algunos sectores pretendan que esas acciones sociales no estén dirigidas a los hijos de padres desocupados. O bien, se mantenga viva la discusión sobre la penalización a la adolescencia.

Si vamos a apuntarle con el dedo al uso de las infancias en la cuestión partidaria y proselitista, hay que decir que también existe una subestimación de la niñez en los gobiernos en general. Si hay algo en lo que se hace agua desde el Estado es en los derechos de los niños, sea en lo referente a su educación, alimentación y entretenimiento. Si bien el gobierno socialista local ha avanzado mucho en todos sus años en el poder con acciones tendientes a ampliar sus garantías, al tiempo que se le puede reconocer al kirchnerismo similar voluntad de cambio, lo cierto es que los grandes déficits económicos y sociales los sufren los que menos años tienen.

Basta con verlos asistir a escuelas con serios problemas edilicios y docentes que deben pelear sus salarios cada año a fuerza de paros, formar parte de las víctimas de la violencia urbana en los barrios más picantes, integrar familias con generaciones de desocupados o pertenecer a las cifras de trabajo irregular o esclavo. Cuando se habla de violencia de género, también están ahí, soportando situaciones extremas en pleno crecimiento. Otro ejemplo bien de acá son las inundaciones, otro mal al que ojalá no nos tengamos que acostumbrar. Ahí también, cuando el agua se lleva todo, son los niños los más damnificados.

En todos estos escenarios, existe un Estado que omite, que espera demasiado, que no reacciona a tiempo, a pesar de que sus conductores de turno prometan, una y otra vez, destinar los fondos suficientes para que cada vez más chicos gocen de una infancia digna, lejos del hambre, el maltrato y la ignorancia.

Mauricio Macri tiene la oportunidad inmensa de demostrar que es, al menos, algo genuino cuando muestra tanta emoción por los chicos. No bastará que los abrace y suba sus charlas con ellos en las redes sociales. Para generar un verdadero cambio, deberá instrumentar medidas concretas en lo social y en lo económico, dejando de lado políticas que promueven un país para muy pocos. Porque los niños son tantos y tantos como son,  precisan que realmente sí se pueda.