“Hay mujeres que buscan deseo y encuentran piedad,

hay mujeres atadas de manos y pies al olvido,

hay mujeres que huyen perseguidas por su soledad.

Hay mujeres veneno mujeres imán,

 hay mujeres de fuego y helado metal”

(¿el machista? Joaquín Sabina)

 

“Se acostó con todos los que pudo”. “No atiende bien al marido”. “Con ese escote lo único que busca es que la miren”. “Me parece que no le da para ese puesto”.

Mujeres mirando mujeres.

 

“Paso mucho tiempo fuera de mi casa y descuido a mi familia”. “Mi marido me ayuda en todo”. “Me fui a la cama apenas nos conocimos y ahora no me llama”. “Este pibe llora como una nena”.

Mujeres frente al espejo.

 

La victimización contra las turistas mendocinas asesinadas en Ecuador reveló con fuerza el espíritu machista que impera en la sociedad. No estoy escribiendo nada nuevo. Tampoco es novedoso que se intente justificar las acciones más aberrantes.

 

Sobran ejemplos en la historia las defensas, más o menos solapadas, de lo inaceptable. Sin embargo, es la exposición en las redes sociales, quizás, la que pone en evidencia con tanta contundencia la constante denigración que sufre la mujer, tan sólo por aventurarse, desear, en fin, por intentar vivir según las propias convicciones.

 

Lo que se dice, es de todos los días. Pero ¿quién lo dice?

 

Muchas veces son mujeres contra mujeres. Son ellas contra las otras. Son también mujeres las que interrogan qué tenían puesto las chicas, que por qué estaban “solas”, que si tenían la costumbre de irse con cualquiera.

 

La visión ofensiva hacia la mujer no es potestad de los varones. La cultura machista nos atraviesa a todos y ahí radica su fuerza. También nosotras desplegamos una mirada agresiva, culposa, crítica y cercenadora de los derechos de igualdad de género que tantas banderas levantan desde hace décadas.

 

La idea no es culpar ahora a la mujer por el machismo porque sería el colmo.

 

Pero, quizás sí, apelar a hacerse cargo, a bucear entre las contradicciones de cada una para descubrir de qué manera contribuimos a alimentar el machismo que, en teoría, la gran mayoría repudia.

 

Porque si promovemos igualdad de género marchando por #Ni una menos, condenando un femicidio o la golpiza a una mujer, retrocedemos varios pasos cuando criticamos a una compañera por su atuendo, o a una amiga por su cama, o a la vecina porque deja a los chicos todo el día con la niñera.

 

Nos resulta más accesible la vida ajena que la propia para poder descubrir que hacemos carne los mandatos más tradicionalistas, cada vez que no nos permitimos que los chicos sean cuidados por amigos o familiares, o nos convencemos de que la limpieza de la casa es nuestra obligación exclusiva o pensamos que si no nos sacrificamos lo suficiente jamás podremos ser las madres que se espera que seamos.

 

Cada vez que nos dejamos llevar por el machismo que nos sembraron desde chiquitas y que creemos – a veces inconscientemente– en esos postulados arraigados a nuestra concepción del mundo, le pateamos en contra a la lucha que tantas y tantos vienen sosteniendo por una sociedad más equilibrada, justa y respetuosa de los derechos de cada uno y de cada una, de lo que deseamos, de lo que podemos.

 

En el Día de la Mujer conmemoremos lo que somos y regalémonos una sonrisa. Mirémonos y autoricémonos a ser la mujer que nos hace feliz ser. Contra el machismo, a empezar por casa.