La conquistó con un beso. No hizo falta ninguna promesa de futuro mejor, nada de choripanes ni algún lugarcito por ahí. La parada de colectivo –las veces de confesionario sin penitencias– me puso al lado de aquella mujer, una trabajadora de manos gastadas de tanto trapo de piso y lavandina, que me largó su secreto sin mucho preámbulo.

Resulta que la había votado a la Anita Martínez.

Ya habían pasado varias horas desde ese momento en el que, según me confió, se decidió por una corazonada. Quizás de boba nomás, de bien pensada. Pero la realidad era que días antes se había cruzado con la entonces precandidata PRO y ésta la había besado en la mejilla a modo de saludo. “No sabés la dulzura de esa mujer”, me dijo y siguió: “¿Viste cuando te das cuenta, no sabés bien por qué, de que alguien es buena persona?”.

Estaba pensando en una respuesta cuando me largó otro interrogante al hilo. “Qué se yo, no sé si está bien o no pero la voté por eso. Porque sentí acá (se tocó el pecho) que es una buena mujer”. Y ahí me escuché decirle: “Es una buena razón. Todos votamos a un candidato por algo, supongo que hiciste bien”.

¿Sí?

Sin querer la vecina me había dado jaque. Yo también había puesto en carrera a las generales a varios sostenida en una serie de razones que consideré válidas. Repasé y quedé mareada: ganas de nuevos aires por aquí, reconocimiento a la trayectoria por acá, “no tengo mucha idea por qué este tipo me cae tan bien”, más allá. Pero entonces, ¿cuáles son las verdaderas razones por las que votamos lo que votamos?

A poco de conocerse el resultado del escrutinio definitivo, después de un conteo provisorio remarcado por la ineficacia, se podría intuir que la gente optó por la promesa, por la “posibilidad de”; apostaron a un proyecto sin pasado privilegiándolo a una gestión a la que le bajaron el pulgar.

Muchos eligieron por descarte, totalmente confundidos con tanto nombre propio, otros tantos pusieron la cruz al lado de la cara que les pareció conocida. También hubo militancia, convencimiento y convicción. Hubo “contigo en las buenas y en las malas” y “quién las hace las paga”. Y claro, algo de corazón de parte de los que buscan ángeles entre tanto infierno.

¿Existe entonces una forma válida para votar? Quizás sea poner un poco de todo en la urna, llevar a esa pequeña abertura en el cartón todas estas contradicciones, pero sin dejar de poner la mirada en la mayoría. Porque después de tanto análisis especializado, creo que una buena razón para elegir a un candidato es que nos invite a soñar con hacer realidad una ciudad y una provincia en las que se dejen de lado las particularidades y los intereses que de tan grandes se vuelven sólo para unos pocos.

En fin, que los privilegios sean para unos cuantos más. Y para eso, el voto tendrá que ser valiente. Que así sea.