Diego Neria Lejárraga tiene 48 años y hace ocho que se sometió a una cirugía de reasignación de género, había nacido niña. Criado en familia católica, necesitaba además la aceptación de la Iglesia, algo que supuso imposible. “Me decían que era la hija del diablo”, contó. Le escribió al respecto al papa Francisco y ocurrió lo impensado: lo invitó a él y a su novia a visitarlo a Santa Marta. Un gesto que parece hablar de un Vaticano que cambia y se abre.

El encuentro se produjo el sábado 24 de enero con la mayor discreción, Francisco quería que la reunión fuera íntima. Sin embargo, para Diego la sorpresa llegó antes cuando su celular sonó y del otro lado de la línea estaba el pontífice argentino que le decía que había leído su carta y le había tocado el alma.

“Era de un número oculto. La verdad es que no sé muy bien por qué descolgué el teléfono, porque esas llamadas nunca las contesto”, recordó según publicó el diario español Hoy. Pocos días después, el Papa lo volvió a telefonear, esta vez, para ultimar detalles sobre la reunión.

“La primera llamada ya era muchísimo más de lo que yo esperaba; la segunda seguía sin creerme lo que me estaba pasando, porque yo sé que mi caso no es nada, que hay tantas personas que sufren en este mundo, que no merezco la atención del Papa”, reflexionó.

Sin embargo, Francisco no consideró lo mismo. En su carta, Diego le había contado cómo fue nacer en un cuerpo que no sentía suyo e incluso que se asemejaba mucho a una cárcel.

“No conocí un verano feliz en el que poder ir a la piscina con los amigos”, reconoció. Se pasaba horas, apuntó, vendándose el torso para ocultar sus senos y usaba ropa tres tallas por encima de la suya para tapar otras partes que detestaba.

Recién cuando murió su madre decidió cambiar su fisonomía; no porque ella no lo hubiera aceptado sino porque le pidió que no la modificara mientras ella viviera. “Y por ella en una y mil vidas esperaría siempre”, aseguró.

Pero la tortura, una vez reasignado su sexo, no había terminado. El rechazo social y la condena de la Iglesia lo impidieron. “¿Cómo te atreves a entrar aquí con tu condición? No eres digno. Eres la hija del diablo”, escuchó un día de boca de un sacerdote.

El abrazo que le dio Francisco, finalmente curó esa herida.