Un estudio realizado por la licenciada Florencia Bernhardt de la Universidad Nacional de Luján y su equipo de trabajo, planteó como objetivo la incorporación y el desarrollo de la lecto-escritura en los planes de estudio de diferentes carreras. Por otro lado, relevó y diseñóel perfil de los estudiantes que ya están cursando esta asignatura, para confirmar la hipótesis de que se trata de una nueva y efectiva herramienta de análisis.

Entre sus objetivos centrales, el Taller propone “producir transformaciones cualitativas en los procesos de pensamiento de los estudiantes, que les permitan transitar de un modo menos costoso su paso por la Universidad, y prepararlos para su posterior desempeño. Los supuestos teóricos que guían la metodología de trabajo en el Taller apuntan a instalar en la clase un modelo de interacción en el que todos los participantes hagan sus aportes”.

El estudio y la metodología de los talleres abarcan tipos de alfabetizaciones reconocidos como las “habilidades de estudio” o la “socialización académica” pero, básicamente, trabaja con el modelo llamado “alfabetización académica”. Este método “no sólo se preocupa por los lenguajes y los conocimientos de las distintas disciplinas, sino también por la epistemología y las relaciones de poder y autoridad establecidas dentro de cada comunidad, así como por la construcción de la identidad de los escritores”.

Bernhardt explicó que “la inclusión del Taller en los distintos planes de estudio se debió, fundamentalmente, al apoyo y comprensión de los actores institucionales sobre la construcción de los conocimientos disciplinares, especialmente en el ámbito universitario, ya que éstos no residen en la simple adquisición de contenidos, sino que requiere que el estudiante pueda realizar una actividad lectora dirigida a fines específicos, que no se comporte de forma mecánica con el texto, que reflexione sobre las herramientas adquiridas y su utilización”.

En este sentido, la investigación determinó que “la incorporación de la escritura a los talleres fue sostenida debido a que la realización de estas tareas permite el acceso al conocimiento de una manera muy diferente a la de realizarse a través de las prácticas orales. Desde otro punto de vista, la escritura se relaciona con el poder que ejercen los sujetos que manejan los códigos escritos por sobre quienes no los poseen. En realidad, la incorporación de la escritura en los talleres trasciende la idea original de herramienta para la explicitación de la comprensión textual, para ser entendida ahora como un objeto que sirve para producir transformaciones en el mundo exterior al individuo. Se entiende que la escritura es un sistema simbólico que transforma a los individuos para conferirles particularidades, es decir, una herramienta de tipo psicológico, que opera en los procesos mentales del propio sujeto, además de hacerlo en el mundo externo a él; su adquisición favorece la reflexión, la construcción de conocimientos y habilidades por parte de quienes la ejercitan”.

En esta investigación se observó que la edad promedio de más de la mitad de los estudiantes es de 16 a 19 años, el 30% tiene entre 20 y 30 años y los mayores de 30 años no superan el 15%. El 43% de los estudiantes trabaja, y el 57% restante sólo estudia. Las encuestas permitieron conocer, en términos generales, que alrededor del 60% de los estudiantes realizó sus estudios preuniversitarios en escuelas públicas y el 40% en escuelas privadas.

“Otro dato muy significativo es la asociación de la escritura con el pensamiento. El 40% la define como un método de pensamiento y el 32% la concibe como una práctica que da inteligencia. Si bien es cierto que en todo momento la escritura vehiculiza procesos cognitivos, muy pocos, el 5,2%, reescriben los textos, instancia que obliga a una revisión profunda de las ideas y las expresiones plasmadas. También, la escritura aparece representada como una práctica que otorga poder, por lo que es valorada altamente en todas las opciones”.

Algunas de las conclusiones obtenidas por el equipo de investigación reflejan que “no se encuentra confrontación entre los dispositivos digitales y no digitales con relación a las prácticas de escritura, según las ideas que manifiestan los estudiantes”. Además, un poco más del 50% prefiere escribir sobre papel sin opinar negativamente respecto de hacerlo en computadora, por lo que “los viejos temores sobre los efectos nocivos que generarían las nuevas tecnologías no se vislumbran en cuanto a la elección y a la práctica”. Los estudiantes lo interpretan como un soporte más, “están naturalizados ambos soportes en cuanto a sus sistemas de representación” según podemos ver en la investigación.

El trabajo muestra algunas conclusiones, obtenidas en los “… primeros resultados de los cambios implementados en esta última fase, en relación con la escritura”, en donde “notamos que los estudiantes logran desapegarse más rápidamente de las fuentes. Sus escritos no reproducen palabra a palabra, con una fidelidad que roza el plagio, el texto leído. Al estar más concentrados en la interrelación de ideas entre diversos textos, pasan más rápidamente a la formulación propia. En este sentido, comprobamos, una vez más, que consignas más abiertas pueden liberar con mayor rapidez a los estudiantes de la reproducción casi mecánica de las lecturas. Por otro lado, las escrituras ganan en extensión y en calidad”.

Como reflexión final, “los talleres de lectura y escritura en el inicio de la carrera tienen ya unas tres décadas en Argentina; surgieron, en gran parte, motivados por la democratización del acceso a la universidad y por la súbita ampliación de la matrícula. El ingreso de los ‘nuevos públicos’ haya sido tal vez la causa de que se adoptaran modelos basados en la transmisión de herramientas lingüísticas básicas y se haya puesto el acento en las ‘dificultades’ de los estudiantes, y se haya tenido como principal intención la de remediarlas” (Carlino, 2013; Gluz, 2011).

Progresivamente, los talleres se fueron extendiendo por diversas universidades. Entendemos que en algunos casos, incluso, se llegó a descuidar lo que es un interés genuino de los estudiantes: avanzar en cuestiones relativas al campo de estudios en el que los estudiantes buscaban insertarse.

Desde esta perspectiva, el estudio de Bernhardt y su equipo considera que “en la actualidad, ya vencidas algunas resistencias -lamentablemente no todas- a la inclusión de las prácticas de lectura y escritura en las aulas universitarias, llegó el tiempo de empezar a atender a las características propias de los textos que circulan en el campo en que los estudiantes ingresan, y en empezar a entender que los textos académicos son mucho más que una suma de recursos. Si bien es cierto que muchos de los materiales que se seleccionan para estos talleres atienden a contenidos disciplinares, suele descuidarse lo que atañe a cuestiones particulares del campo, tal vez por el desconocimiento que los profesores de Letras suelen tener de esas áreas. Es posible -concluyen- que la solución se encuentre en el trabajo integrado, interdisciplinar, de los docentes de Letras y de las distintas áreas implicadas”.