Hay algo peor que ser seducida y abandonada. Lo saben las ¿cien? mujeres que cayeron en las redes de Javier Bazterrica, devenido en figura mediática por estos días, luego de que se hicieran públicas sus fechorías. Peor, podrían decir, es haber sido enamoradas y estafadas. Es que, como suele ocurrir cuando hace foco la mirada machista, las víctimas son revictimizadas una y otra vez en los relatos mediáticos que circulan.

La noticia parece que no es que un hombre está acusado de cometer una serie de delitos sino que las mujeres, afiebradas por andá a saber qué encanto, se dejaron robar. Todas insensatas, por ser sutil.

¿Por qué estas mujeres son expuestas como una manada de tontas? Desde que este “gigoló” fue invitado a hablar en distintos programas de televisión, no cesaron los comentarios, más o menos directos, de que las víctimas colaboraron para ser robadas y estafadas. No faltó quien sostuviera que se trataba de divorciadas o solteras con necesidad de afecto, alocadas cabezas huecas que ciegamente confiaron billeteras y corazones a este singular personaje.

Incluso, se hizo hincapíé en que Bazterrica tampoco tiene belleza ni aires sexies capaces de hacer perder la razón a nadie. Es decir, no sólo son unas taradas que se dejan engañar por mentiras de fortunas inexistentes sino que se contentan con cualquier escracho que se les acerca. Otras voces señalaron un posible tamaño genital, o bien una desarrollada iniciativa sexual que dejaba impávidas a estas señoras deseosas a pesar de los cuarenta y tantos.

¿Pero qué hay de la gran habilidad que tuvo –si es que se confirman las denuncias hechas en su contra– para jugar con el corazón ajeno? ¿Qué hay de su gran capacidad para robar y engañar?

Pareciera que existe un trasfondo en toda esta historieta desde donde se puede escuchar el aplauso, aunque atenuado por la “moralina”, para este muchacho por ser “feo” pero vivo, por tenerlas ahí, porque sin trabajar se hace de dinero, porque en definitiva es todo un macho conquistador.

Claro que sorprende la inocencia o al menos la confianza desmedida de algunas de estas mujeres que dieron su testimonio -–muchas de ellas estaban avergonzadas– en la televisión. Es difícil entender cómo no se dieron cuenta, cómo se dejaron enredar con tantas mentiras.

Sin embargo, no debería ser este aspecto lo central de ningún análisis, no tendría que ser este enigma un aspecto que favorezca en el juicio que podamos hacer desde el sillón de casa a este presunto mentiroso. Porque eso es lo importante, que se lo acusa de mentiroso y que esos supuestos delirios de grandeza están tipificados en nuestro sistema penal. ¿O es que a cada víctima de una entradera le vamos a achacar que dejó la puerta mal cerrada?