Sólo es inmensamente rico

aquel que sabe limitar sus deseos

Voltaire

¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Qué nos mueve a elegir o desechar determinada cosa? ¿Qué nos lleva a elegir un camino? ¿Por qué nos acercamos a ciertas personas y nos alejamos de otras?

La palabra que puede definirlo es fuerte, de peso, determinante: deseo.

El deseo es pulsión de vida. Aquello que deseamos se vuelve un norte adonde enfocamos el rumbo y nos pone en viaje. ¿Pero el deseo es uno solo o hay distintos tipos y grados de deseo? ¿Qué pasa cuando el deseo, que es mutante igual que su dueño, cambia? ¿Es el deseo el que dispara nuestros derroteros en múltiples direcciones?

El deseo, así como puede ser el motor de lo bello en nuestras vidas, también puede convertirse en fuente de frustración. Es una ecuación casi matemática: algo que parece mucho puede convertirse en nada sólo con pretender tener algo más.

Vladimir Ilich Tao Tse Tung, el maestro taoísta-leninista que es inspiración de esta columna y de miles de personas que lo siguen en todo el mundo, reflexionó sobre el tema una noche de agosto, a los postres de una cena con el escritor y dramaturgo Osvaldo Bazankovsky en un coqueto restaurante de San Petersburgo.

Bazankovsky lo había invitado para mostrarle su novela “Y un día Boris se fue”, que luego se convirtió en un musical que puso en escena la crudeza del sufrimiento de un hombre que había deseado a otro con toda su alma y que cuando lo encontró casi no pudo abrazarlo porque al poco tiempo sobrevino el abandono.

Allí, después de la entrada de matambre con ensalada rusa, claro, y unos exquisitos ravioles a la bolognesa, Vladimir escuchó como el también autor de “Historia de la homosexualidad en la ex Unión Soviética” le contaba que cuando ya pensaba que su existencia había perdido todo sentido, pues aquello que creía desear se había vuelto inalcanzable, encontró una nueva pulsión vital en el proyecto de escribir sobre aquel amor trunco.

No sólo eso: al poco tiempo, Bazankovsky, sin siquiera haberlo imaginado, conoció a un muchacho durante una marcha del orgullo gay a la que fue especialmente invitado en un país sudamericano y hoy son esposo y esposo.

Casi no habló el maestro, entretenido como estaba en el relato y a la vez contrariado, porque mientras comía el bombón escocés que pidió de la extensa carta de postres del restaurante de San Petersburgo sentía ganas de darle al queso y dulce que vio pasar hacia la mesa de al lado.

Hasta que llegó a su boca el corazón de helado de chocolate y dulce de leche, que saboreó por unos minutos con los ojos cerrados y gesto de satisfacción. Después sí, abrió los ojos y lanzó: “Descifrar el deseo es la clave de la felicidad. Pero la llave que realmente abre esa puerta es desear lo que se tiene”.

Osvaldo Bazankovsky y Vladimir Ilich Tao Tse Tung brindaron largamente con vodka aquella noche clara de agosto.