“Pensé que había llegado mi hora”, dice Leonardo Pieroni del otro lado de la línea telefónica. En su voz se adivinan los sentimientos que vivió en las últimas horas. Este sábado, Leo y sus jugadoras del seleccionado juvenil de voleibol de la provincia de Azuay fueron a jugar la final del campeonato nacional a la ciudad de Portoviejo. Las deportistas viajaron con la alegría y la despreocupación de los 18 años; y se toparon de frente con la tragedia, que por un verdadero milagro no las atrapó.

Leo Pieroni es un reconocido entrenador de voleibol de la región. Es oriundo de Zavalla, la localidad situada a 20 kilómetros de Rosario, donde llevó a los equipos femeninos de la Asociación Italiana a los primeros planos en competencias regionales, provinciales y también a nivel nacional. Hace ya varios años decidió partir a Ecuador, donde actualmente está a cargo del seleccionado femenino de la Federación Deportiva de la provincia de Azuay, cuya capital es Cuenca, donde vive.

La vida en 55 segundos

Era ya de noche en Portoviejo, la capital de la provincia costera de Manabí, y en el gimnasio mayor se estaba disputando la final masculina. Las jugadoras a cargo de Leonardo estaban alentando a los chicos desde las gradas y empezaban a prepararse para el calentamiento. El entrenador santafesino y su colega, Sergio “Papa” Mermillo -oriundo de Arequito-, estaban en el primer piso del edificio que los alojó este fin de semana.

“Eran cerca de las 19.30, en un rato iba a empezar la final femenina cuando sentimos el terrible temblor”, narró Leonardo a Rosario3.com. “Lo que a mí me pasó es que no tuve posibilidad de escapar porque lo primero que sucede es que se corta la luz; quedamos totalmente a ciegas, escuchando que se caía todo alrededor”, describió.

Así quedó uno de los edificios del complejo.

“Yo no podía ver dónde estaban las escaleras, lo único que hice fue recordar el protocolo ante este tipo de hechos y me puse debajo del marco de la puerta”, siguió. El edificio en el que estaban Leonardo y Sergio tiene dos pisos, pero el que se encuentra al lado, donde se alojaban la mayoría de los atletas, tiene cinco. “Yo temía que el edificio de al lado se nos cayera encima y nos aplastara”, confió Pieroni.

“Yo no creía mucho en eso de que te pasa la vida por delante de tus ojos en un minuto, pero ahora sé que realmente es así; lo primero que se me apareció es la imágen de mi mamá, después la de toda mi familia, mis amigos de acá y de Argentina, lo que hice y lo que todavía me queda por hacer; sin dudas fue una de las experiencias más duras que me tocó vivir”, detalló el técnico argentino.

El relato de Leo se hace cada vez más estremecedor. Hace pausas para contener la emoción, pero también para poner en relieve su agradecimiento por estar vivo. “Pensé que había llegado mi hora, que se terminaba todo; pero a la vez me decía «yo no me puedo morir acá, este no puede ser el final de mi vida»”, reveló.

Gritos en la oscuridad

El terremoto de 7,8 en la escala de Richter -el segundo más importante en la historia de Ecuador- duró 55 segundos. “Una eternidad”, para Leonardo. “Cuando pasó el temblor, usé mi celular para alumbrar el camino y le dije a mi compañero que me siguiera. Salimos del edificio y era todo un caos; no se veía casi nada y todo el mundo gritaba, pedía ayuda o llamaba a algún familiar”, contó Leo. “Atiné a hacer sonar mi silbato y a llamar a las chicas de Azuay; por suerte estaban todas juntas y rápidamente las pudimos poner a salvo y contenerlas”, agregó.

“Las conté y me faltaba una de las jugadoras; ahí me desesperé. Pero en ese momento veo que uno de los varones la traía en brazos porque se había golpeado la espalda; la empujaron cuando estaba bajando de la tribuna y se golpeó, pero por suerte ya está muy bien”, detalló el entrenador.

Portoviejo está ubicada a 30 kilómetros de Manta, una ciudad con playas sobre el Pacífico y una de las más afectadas por el sismo. Allí estaban alojados algunos familiares de las jugadoras, que estaban regresando para presenciar la final. “Las chicas llamaban a sus papás, algunas se desmayaron por el pánico, gracias a Dios a las familias tampoco les pasó nada y vinieron a nuestro encuentro al rato”, precisó Leo.

El entrenador contó que “venía mucha gente espantada de Manta porque había rumores de tsunami”. Y destacó que “por suerte todos los atletas y los espectadores estaban en el coliseo; en el edificio contiguo al nuestro había un solo chico, que se tiró del primer piso y zafó, porque la estructura colapsó y se hundió”.

Así quedó uno de los edificios del complejo.

“Llamé a mi novia que estaba en Cuenca y le pedí que se comunicara con mi familia en Zavalla para avisar que yo estaba bien, no quería que se enteraran por la prensa. Por suerte mi celular, que es de los viejos, nunca dejó de funcionar. Los teléfonos inteligentes se murieron al instante”, narró.

El día después

El sábado a la noche, la delegación de Azuay durmió en el centro de la cancha de béisbol de la Federación Deportiva de Manabí. “Un poco para estar todos juntos y otro poco por miedo a las réplicas, que fueron muchas”, apuntó Pieroni. Al otro día, muy temprano, emprendieron el viaje de ocho horas de regreso a Cuenca “evitando pasar por el centro de Portoviejo, donde estaba la zona de mayor desastre”. Allí se habían registrado más de 30 muertes.

La delegación durmió en un espacio abierto el sábado.

Leonardo dijo que “el tema de la comida también fue un problema; nadie había cenado cuando ocurrió el terremoto y como se produjeron algunos robos los negocios cerraron las puertas”. El tránsito por las rutas también fue complicado, ya que “en algunos tramos se habían hecho grietas en el suelo”.

Leonardo lanza una frase muy descriptiva para cerrar el diálogo: “En ese momento no hay dinero, ni clase social, ni capacidad intelectual que te salve; es solo encomendarse a Dios y seguir el instinto de supervivencia”, concluyó.