Desde aquel clásico de octubre de 2013, cuando Central regresaba de la B Nacional y Newell's todavía saboreaba las mieles de un nuevo título, el equipo del Parque Independencia entró en un laberinto del que todavía no pudo salir. Aquella vez, los jugadores leprosos se subieron al siempre temerario pedestal de la soberbia y minimizaron el duelo futbolístico más importante para el hincha. De esa derrota a este presente de transición política y deportiva, lo único que la Lepra logró incrementar es la presión por ganarle al rival de toda la vida.

Este clásico, que será el último de la gestión Lorente-Riccobelli, tiene una particularidad: el anuncio del adelantamiento de las elecciones sirvió para descomprimir la pesada atmósfera que aplastaba a la dirigencia saliente y puso el foco sobre los futbolistas; varios de ellos protagonistas de la racha adversa de cinco derrotas clásicas en seis enfrentamientos.

Vale decir que en esto de la "presión" que existe sobre los jugadores por volver a ganar el clásico no debe ni siquiera considerarse el aberrante cartel con la leyenda "matar o morir" que colgó la barra leprosa en el banderazo. Eso no es presión; eso es un apriete mafioso de los que hacen negocios con la violencia. 

Casi nunca resulta favorable salir a jugar bajo presión, pero los futbolistas rojinegros ya se han acostumbrado a este tipo de situaciones y renuevan su ilusión de regalarle a los hinchas un triunfo que los reconcilie.

Inesperadamente, en esta última semana los leprosos encontraron argumentos para creer e ilusionarse con volver a ganar el clásico después de 8 años -aquí deben considerarse los tres años que Central jugó en el ascenso-. El claro triunfo sobre Huracán levantó la moral del plantel y en paralelo aparecieron grietas en el conjunto de Coudet, que claramente sigue estando varios escalones arriba que el de Osella.

Newell's sale a la cancha a disputar lo único que le queda en el semestre. Cuarenta mil gargantas gritarán por un triunfo que habilite el desahogo. El desafío tiene sus riesgos, como casi todos los anteriores. En la ruleta rojinegra hace rato que está girando la última bola y un pleno sería la única salvación hasta que llegue un nuevo tiempo con metas renovadas.