Un equipo es una suma de pequeñas sociedades
César Luis Menotti

 

¿Por qué será que la vida no da respiro? ¿Qué es lo que explica que las cosas vayan tan rápido? ¿Acaso no notan el exceso de velocidad? 

Corremos. Corremos. Corremos. Sin pausa. De un lado a otro. Casi sin mirar. Y entonces, algo se hace inabordable. Nos apuramos. Nos equivocamos. Para decirlo en términos futboleros: damos mal el último pase.

Vladimir Iich Tao Tse Tung, el maestro taoísta leninista que inspira esta columna y a miles de personas en todo el mundo, necesitaba tiempo para leer y para leerse. Pero sentía que no lo tenía. Ni siquiera en el crucero Eugenio B,  donde era mozo, que no es un trabajo menor en un crucero. Menos en uno de Don Bosta, que entendía
que su negocio era dar placer, es decir buena comida.

Era un trabajo arduo. Lo mismo que pensarse y pensar el mundo, que es lo que trataba de hacer el resto del tiempo. Para eso, su amigo, el novelista Tomasito Mann, era un gran aliado. Al fin de cuentas, los dos estaban en lo mismo, sólo que Vladimir se enfocaba en sí mismo para desde ahí proyectar una idea del mundo, y Tomasito se entendía como una célula más de un cuerpo colectivo en descomposición, que debía sanar para poder sanarse él.

Como fuera, uno ayudaba a pensar al otro. O mejor: se potenciaban cuando pensaban juntos. Eran, los dos, maestro y discípulo a la vez. Ninguno tenía poder sobre el otro. O sí, pero alternativamente, si se piensa el poder en términos de influencia.

Alguna vez Vladimir le contó de su vinculo con Tomasito al filósofo antibilardista Cesar Luis Menotti. El Flaco le dijo que era una "pequeña sociedad", concepto que retomó muchos años después al referirse a los equipos que armaba en su otro trabajo, no el de filósofo sino en el de director técnico (la filosofía no da de comer): "Un equipo es un conjunto de pequeñas sociedades".

Vladimir y Don César coincidían en algo: les gustaba hacer la pausa. El fútbol y la vida, se sabe, van de la mano.
Pero bueno. La cosa venía de ida y vuelta para el entonces incipiente maestro, que escapaba de un lugar y sin embargo volvía a otros. El partido le imponía condiciones. Igual salió a ganarlo. Se tuvo fe. Y la fe no es todo, pero sin ella no hay nada.

Hay que decir que el destino hizo una jugada extraña en la escala del Eugenio B en el puerto de Marsella, antes de salir hacia el Océano Atlántico y dejar atrás esa Europa de preguerra que ardía de dolor.

Vladimir, como cada vez, la olió a lo lejos. El estaba en la recepción, con la bandeja de la que cada nuevo pasajero que así lo deseaba tomaba una copa de champán para celebrar su llegada al crucero. Su olfato le avisó varios minutos antes de tenerla enfrente.

Cuando ingresó al barco, Cocó se paró ante él como si nada. Tomó una copa, y la golpeó contra la última que quedaba en la bandeja. Que Vladimir agarró con la mano derecha (destacable coordinación de su
parte, pues la bandeja la tenia en la izquierda). Chin, chin, dijo Tao Tse Tung. Y se bebió el champán de un trago. Ambos lo hicieron.

Al pasajero de atrás no le gustó porque se suponía que la copa era para él y no para el mozo. Y estaba ansioso por subir, así sus hijos de 8 y 10 años iban directo con los recreadores.

Hubo algunos gritos (nada exagerado y los de los chicos no cuentan porque gritaban de antes). Don Bosta se enojó con Vladimir. Nito Metre le ordenó volver al restaurante. Cocó se fue a conocer su camarote.

Una jugadora que regresaba a la cancha. Una sorpresa cambia el partido, celebró Menotti, una fuente muy consultada por esta columna, ante el relato de Vladimir.

Don César quiso saber la estrategia que adoptó el maestro ante lo inesperado. "¿Se puede hacer un gol en medio de la confusión? Sí, pero para eso hay que ir al frente", le respondió Vladimir.

A Menotti no le gustó. (*)

(*) Vladimir era un tipo amplio y aceptaba el disenso. Pero Menotti no tanto y dejó de verlo cuando el maestro publicó en la revista El Trágico un artículo que hizo bandera, titulado "Perdón Bilardo". (*)(*)


(*)(*) Bilardo era un tipo al que César Luis Menotti le tenía celos porque era mucho más divertido que él y también más glamoroso.