.   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   . Como quisiera poder vivir sin aire

Fher González (Maná)

 

Tengo un hijo, pero no escribí un libro. O escribí un libro, pero no tengo un hijo. ¿Hay alguien por aquí que no haya plantado un árbol? Bueno, si hay alguno, que lo haga, que es fácil, no lleva demasiado esfuerzo y es una obra de bien para la humanidad.

Plantar un árbol debería ser el único mandato ineludible. Eso y respirar es más o menos lo mismo. Respirar es ineludible: el hombre nace, respira y muere. Si se reproduce o no es una opción. Y lo único que no te puede faltar es el aire. Ponele que también el agua. Y ya está: a partir de ahí hay vida.

¿Para qué vivimos? "No me la vueles, Mann", le dijo el filósofo taoísta leninista Vladimir Ilich Tao Tse Tung a su amigo novelista Tomasito Mann, cuando le hizo la pregunta una noche de mayo en Berlín, en la época en que no había muro que dividiera el este del oeste. El maestro que inspira esta columna y a miles de seguidores en todo el mundo era entonces un joven estudiante, hambriento de conocimiento, capaz de leer tres libros de autores completamente disímiles en una misma tarde, pero herido de incerteza, de inseguridad, desde que Rosa Luxen Virgo decidió partir hacia Moscú porque la revolución (y no el amor) es más fuerte.

Estaban en lo que Tomasito llamaba "una de esas noches". Vladimir tomaba vodka sin parar y en medio de la borrachera trazaba teorías oscuras sobre la existencia que para su amigo eran pura inspiración. Por eso las alentaba con preguntas sin anestesia: para qué vivimos.

Para Vladimir fue un límite, como un click que pulsó nuevamente el botón de la lucidez. "Hasta acá llegamos, Mann”, dijo el joven que no sabía que en ese preciso instante empezaba la ruta de la maestría. ¿En qué pensó? En lo efímero. Y le respondió a Tomasito, pero más a sí mismo: "Vivimos para divertirnos".

Tao Tse Tung sintió que iniciaba en ese mismo instante un nuevo camino. Casi que arrastró del brazo a Tomasito Mann para salir de la residencia estudiantil cercana a la ciudad universitaria, en la República de la Sexten de Berlín, al lado de un bar de strippers conocido como el Rojen.

Fueron a Lunen, en la zona del Bajo. Quisieron tomar una cerveza en el bar el Barriliten, pero no había lugar. Jugaron al pool. Después les dio hambre y fueron a comprar un carliten (un sandwich que inventaron en Berlín y que es parecido a un tostado), que comieron en el parque Españen, frente al río.

Allí, con el aire fresco en la cara y la ciudad a sus espaldas, Vladimir encontró el espacio para la reflexión: "No hay que buscar certezas, porque la única es la muerte. La vida es territorio de lo inesperado", dijo con la vista clavada en el agua, plateada por la luz de la luna llena. Después se tiró al piso, cerros los ojos y simplemente respiró.