Soltar todo y largarse, qué maravilla,
atesorando sólo huesos nutrientes,
y lanzarse al camino pisando arcilla,
destino a las estrellas resplandecientes

Silvio Rodríguez

Es la palabra de moda. No se sabe bien qué, no se sabe bien por qué, ni por cuánto tiempo. Pero hay que soltar. ¿Te dejó tu pareja y te sentís mal? “Soltá”, te dicen. ¿No podés resolver un problema y eso te tortura? “Soltalo”, es el consejo.

Y está bien. ¿Quién quiere vivir con ataduras? Nada mejor que estar suelto, libre de lazos con aquello que nos duele, nos produce molestia o incomodidad. Pero está claro que no es sencillo.

¿Cómo hacer para dejar cosas que corresponden incluso a nuestra historia familiar? ¿Cómo hacer para “limpiarse” de aquello que se interpone en nuestro camino hacia la libertad total de la mente, el cuerpo, el alma?

¿Dónde está la respuesta? ¿En la Psicología? ¿En el Zen? ¿En el yoga? ¿En el tarot? ¿En la astrología? ¿En el fútbol 5?

El maestro taoíosta leninista Vladimir Ilich Tao Tse Tung, gurú de esta columna y de miles de seguidores de todo el mundo que ven en sus enseñanzas una hoja de ruta hacia la realización del yo, tiene algo para decirnos sobre este tema.

El buen Vladimir se lo planteó un mediodía de marzo, mientras digería las penas que le había provocado un amor perdido con un asado compartido con sus amigos más íntimos, entre los que había algún que otro vegetariano que molestaba con eso de que había que poner berenjenas en la parrilla.

“Tenés que soltar, Vladi”, le dijo su colega budista futbolero Mirko Jozic.

Nuestro maestro no respondió. Sólo hizo lo de siempre: se observó a sí mismo, aunque en realidad parecía que tenía clavada la mirada en el pedazo de entraña a la mostaza que intentaba cortar con cierta dificultad. Y notó tensión en sus hombros, en sus omóplatos, en los antebrazos y hasta en las manos que sostenían el cuchillo y el tenedor con los que atacaba ese pedazo de carne algo dura, debido al frío que había sufrido el ganado en el largo invierno del hemisferio norte.

Su cerebro dio la orden y fue relajando uno a uno los músculos, como sólo puede hacerlo alguien que conoce demasiado bien su cuerpo y su espíritu, hasta que se le cayeron los cubiertos sobre el plato y el ruido del impacto hizo que todos giraran hacia él.

En ese momento, lanzó: “Lo único que hay que soltar es la represión. Después, el resto cae por su propio peso y a su propio tiempo. Eso sí, para estar de pie algo tendremos que sostener”.

Entonces sí, con calma pero también con firmeza, volvió a agarrar el cuchillo y el tenedor, y terminó de cortar el bocado de entraña. Se lo llevó a la boca, cerró los ojos y masticó la carne, mientras pronunciaba un “mmmmmm” como indisimulable expresión de placer. Estaba, otra vez, en el disfrute de las cosas simples de la vida. La verdadera sabiduría.