“Dueña de un corazón,

tan cinco estrellas,

que, hasta el hijo de un Dios,

una vez que la vio,

se fue con ella.

Y nunca le cobró

la Magdalena”

(Joaquín Sabina)

 

Ya se sabía. La revolución sexual es más de los varones que de las mujeres. Es que en pleno auge de las redes sociales, en un siglo donde vienen conquistando derechos y ganando intereses las del género femenino, la sobre exposición del cuerpo y de la intimidad de la mujer multiplica su condición de objeto (sexual) mientras muchos y muchas se llenan los bolsillos. Hasta aquí, la historia es conocida.

Ahora, ¿qué hay de aquellas mujeres que dejan trascender su vida privada en la que se revelan intensas, apasionadas y amantes sin obtener dinero por ello sino “fama”, clicks y comentarios?

El uso indiscriminado de las redes sociales, la exhibición constante del cuerpo –si es bello y respetuoso de lo que se considera sexy (ya no es tan importante ser lindo, hay que despertar “esas” ganas)–, la caída de algunos prejuicios y la uña que siempre mete la industria mediática, generan una combinación explosiva, crean una superficie embarrada sobre la cual el prejuicio hacia la mujer que desea se solidifica y se reproduce. Y, paradójicamente, esta mirada conservadora suele ser la de ellas.

Sí, son ellas las que deslizan sus dedos enérgicos sobre el teclado del teléfono para grabar su mensaje venenoso, su insulto, su provocación hacia aquellas mujeres famosas que se dejan ver dispuestas a todo por conquistar su deseo. A ver.

El caso China Suárez

La joven y bellísima actriz suele promover las (no) noticias más calientes del espectáculo. Lástima que no sea novedad por sus preciosos ojos o por lo que supone sabe hacer. En cambio, lo es por sus enredos románticos con varones ya comprometidos. Una vez se la dejaron pasar (Cabré gate) pero haberse llevado al marido de Pampita fue demasiado. Fue tildada de “zorra”, “puta”, “roba maridos” y hasta intentaron boicotear su aparición en una campaña de ropa interior porque, según un grupo nutrido de usuarias sostuvieron, no podía representar la marca una mujer con esa “debilidad”.

La chica ya tomó nota de estos comentarios en red. "Yo no recibí ningún insulto de un varón. Las mujeres son más machistas que los hombres", confió en una entrevista.

El caso Florencia Peña

La actriz confesó que desde que salieron a la luz videos íntimos suyos, muchos usuarios le escriben “prostituta”, entre otros calificativos más picantes. También, al igual que la China, confesó que son mujeres las autoras de los agravios en las redes. "Las mujeres son las que más me tratan de prostituta. Tienen una confusión enorme. Me tratan de ‘petera’ todo el tiempo. Yo siempre les pregunto qué clase de sexo tienen, porque es lo que hacemos todos. Hay algo muy extraño que les enoja”, declaró ante un medio de comunicación.

Las redes sociales, al igual que con otros temas y problemáticas, saben ser la caverna en la que la palabra se reproduce en miles de voces que al sonar la transforman. La velocidad y la simultaneidad le otorgan, en cambio, un poder que la comunicación directa no tiene. Así, el machismo entre mujeres que condena a la “otra” y victimiza a la “esposa” o bien, que cuestiona a la “ligera” y reivindica a la mujer “de su casa y de su marido” o se indignan porque una mujer exhiba su erotismo sin tapujos y revele sus emociones más íntimas, encuentran en Internet un medio ideal para expresarse, incluso más protegidas por la distancia y el anonimato que ofrece. Lo mismo sucede con otras manifestaciones de intolerancia y discriminación de personas que abusan de este gran invento, apagando el diálogo con ataques bajos.

Quizás se pueda argumentar que todo esto no tiene sentido alguno, teniendo en cuenta la mediatización del asunto que abre la puerta a sospechar que muchas de estas situaciones son montadas o recreadas. Sin embargo, sean reales o más o menos fingidas permiten advertir, al menos, que las mujeres no hemos podido aún mirarnos las unas a las otras sin juzgarnos, sin tomarnos ese examen absurdo que creemos debemos rendir de vez en cuando.

Y esto no implica aplaudir la puesta en escena del cuerpo femenino ni la vulgar y reducida concepción del universo erótico donde el goce pasa sólo por la vista, o el irrefrenable impulso de muchos de mostrar su cama, cueste lo que cueste. 

Ojalá cada una de nosotras se revele ante los demás con autenticidad, sin prejuicios ni tabúes, sin mandatos de ninguna industria o varón. Esa sí será la verdadera revolución.