La decisión de Daniel Scioli de no participar en el debate presidencial es un paso atrás. Más allá de que la convocatoria se hará igual sin la presencia del candidato del Frente para la Victoria, era la oportunidad de tener a todos los aspirantes a ocupar el sillón de Rivadavia en el mismo escenario y ante igualdad de condiciones para discutir y escuchar sus propuestas. Los debates presidenciales son ya una costumbre y forman parte de la campaña electoral en la mayoría de los países latinoamericanos. En Argentina no hay antecedente de ello.

El gobernador bonaerense supeditó su participación a que exista una ley nacional que regule los debates presidenciales. En el Congreso Nacional hay un proyecto que tiene tratamiento parlamentario y que bien podría convertirse en ley, si es que hay verdadera voluntad del oficialismo en debatir. Pero eso no ocurrirá. Salvo México, en ningún otro país del continente con experiencias en debates presidenciales existe ley alguna que los ordene. Ni Estados Unidos, Brasil, Chile o Perú –que ya cuentan con varias experiencias– los debates están legislados. Son iniciativas de organizaciones no gubernamentales o de los medios de comunicación.

Es que existe conciencia o el convencimiento de la necesidad de que los candidatos a diferentes cargos ejecutivos o legislativos deben debatir de cara a la población sobre sus ideas y proyectos. La idea de que "el que va primero en las encuestas no debate" se ha convertido en un anacronismo argento, propio de especulaciones políticas, y del temor de poner en riesgo la cosecha electoral propia o la inseguridad de ir a un espacio a la vista de todo el mundo.

La decisión de Scioli de bajarse del debate obedece a una lectura política, sin duda, pese a que sus equipos de campaña habían participado en la organización de la convocatoria prevista para el 4 de octubre en la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. 

Sólo en Chaco hay una ley que obliga a los candidatos a debatir. Por eso para las últimas elecciones del pasado domingo los candidatos a gobernador y diputados provinciales se sometieron a dos debates organizados por la justicia electoral local. 

El desempeño de los candidatos en un debate no cambia el resultado de una elección, pero puede ser determinante cuando hay voluntades indecisas en juego. O las diferencias pueden ser exiguas entre las ofertas electorales.

Lo más importante es la oportunidad que tienen los ciudadanos de ver en acción a los candidatos en un mismo lugar y ante igualdad de condiciones sin la intervención de terceros. Esa es la esencia de un debate, una forma de organizar una deliberación de distintas partes con reglas parejas para todos y la moderación de interlocutores que no deben incidir en el contenido de las exposiciones.

Santa Fe sigue siendo un ejemplo con la organización de los debates de aspirantes a gobernador e intendente de Rosario y la capital provincial que llevaron adelante los principales medios de comunicación en ocasión de las ultimas elecciones y donde estuvieron todos los candidatos. Algo que también fue destacado por los expertos internacionales que llegaron al país para asesorar a los impulsores del debate presidencial. Fue un paso más y muy importante para la calidad de nuestra democracia. Por eso, el debate presidencial, sin uno de los candidatos, es un paso atrás.

Ahora habrá que ver cuál será el impacto de la silla vacía.