Rosario Central estuvo a un paso de volver a gritar campeón. Casi 20 años después de aquel 19 de diciembre de 1995, cuando logró la histórica hazaña de dar vuelta un 0-4 y ganar la Conmebol, se quedó a las puertas de la gloria (en gran parte producto de errores ajenos) comandado, esta vez, por uno de aquellos soldados de Don Ángel: Eduardo Coudet.

Central buscó, quiso y mereció cortar esa sequía y coronar una gran temporada con una vuelta olímpica. De más está enumerar los sucesos de la final de Córdoba. Pero aunque la amargura y la bronca siguen latentes, ya cerrada la temporada es tiempo de poner el foco en el Chacho, forjador de este plantel que sorprendió a propios y extraños. 

A principios de año, Coudet logró la confianza de la dirigencia y se puso al mando de un ambicioso proyecto que tenía como gran objetivo volver a posicionar al club en los primeros planos del fútbol nacional. De arranque, en el medio del escepticismo general, mostró sus cartas: contagió a la gente y consiguió hacer valer el famoso sentimiento de pertenencia.

Se puso al frente de las negociaciones y logró que regresaran algunos referentes como Villagra, Delgado y especialmente Marco Ruben, su bandera, su caudillo, su capitán. En torno a él armó un buen equipo y un gran plantel y les demostró a los agoreros que lo tildaban de loco e inexperto, que la dirigencia no se había equivocado en su contratación: que los equivocados eran ellos. Que le sobraban capacidad y preparación para estar en ese lugar.

En su primera conferencia dijo que pretendía que Central recuperara su identidad y que estuviera en la pelea grande. Y no solo lo logró: también le imprimió a su Central un sello, una identidad; obligó a la prensa especializada del país a hablar de Central; consiguió que el equipo fuera protagonista en cada cancha que pisaba y, al cabo, peleara los dos torneos que encaró hasta el último suspiro.

Los números marcan que Central fue subcampeón de la Copa Argentina, que quedó tercero entre los 30 equipos de primera división, que se clasificó a la Copa Libertadores tras una década, que acabó invicto en su reducto, que sólo perdió tres veces en el año. Pero no llegan a decir que de manera unánime, en el fútbol argentino todos han puesto como ejemplo el juego, la presión, la intensidad, la personalidad de este Central.

A veces el fútbol tiene estas cosas: en un solo partido se juega todo un año de trabajo. Es injusto pero es así. Por eso, y aceptando que para la estadística podrá ganar o podrá perder, aquí es menester aplicar una mirada más amplia, un criterio más abarcativo. Y allí, nadie debe tener ninguna duda: este Central de Coudet ya ganó.