La idea no es romper la ilusión del hincha, ni bajarle el precio al clásico rosarino. Aunque lo intentara no lo lograría. Sería vencido por esa sustancia irracional que envuelve al fútbol. Y está bien que eso suceda. De todos modos, el presente de Central y Newell's no es del todo auspicioso en términos de espectáculo.

Es difícil prever un gran partido. Igual agradeceríamos que nos sorprendan. Esta sospecha es hija de la estadística, la que marca que, por ejemplo, Central es el último de los equipos en la tabla de promedio de goles por partido: 0,4.

Newell's también hace su aporte a la causa. Si bien hizo 9 goles en el torneo, parece conformarse con lo poco que necesita para ganar. Es más, su goleador hace tres partidos que no patea al arco y hace siete fechas que no anota.

Además, dicen las estadísticas —y eso sí es un valor en ambos— que Central y Newell's son equipos que sufrieron pocos goles en contra y que pudieron mantener su valla invicta cuatro y cinco veces en ocho partidos, respectivamente.

Ya se dijo muchas veces que el clásico es un partido aparte, que no tiene lógica y que no importan los antecedentes. En ese mismo sentido, puede agregarse que tampoco le importan las estadísticas. Es claro que el juego puede disparar para cualquier lado y que una jugada lo cambia todo.

De todos modos, es inevitable pensar en lo que plantea cada entrenador, en los elementos de cada plantel, en la idea general, para anticipar lo que podría pasar. Todos esos indicadores nos llevan a pensar a un Newell's agazapado y pendiente de los errores rivales; a Central con algo más de protagonismo en la posesión de la pelota, pero con ciertos reparos para no cometer fallas.

Por eso, las precauciones y los recaudos asoman como protagonistas en la previa del clásico y describen un partido que pareciera estar más cerca del cero que de cualquier otro resultado. Pero esto es fútbol. Y el fútbol de ríe de los sentenciosos.