“El fútbol es un espectáculo y el espectáculo tiene que tener condiciones. Argentina es una potencia en fútbol, pero las canchas dan pena, la estructura da pena... Imaginate la final de la Copa Italia en un piso como el del Kempes en la final de la Copa Argentina. Es una vergüenza mostrarlo por televisión (la referencia, repleta de argumentación, es al pésimo estado del campo de juego en la final entre River y Central de 2016)”.

La charla con Ricardo Schlieper, ex periodista y agente de futbolistas desde 1987, tiene unos cuantos años, pero sirve como presentación para tratar las enormes distancias que existen en los escenarios que visten la Eurocopa y los que albergan la Copa América, organizada a los apurones en Brasil en estadios casi convertidos en potreros con el paso de los partidos.

Cómo será de fuerte el contraste que trasciende las distancias futbolísticas que hay entre las selecciones del Viejo Continente y las de estos lares.

A propósito, salvo que Argentina y Uruguay mejoren exponencialmente, sobre todo Argentina, sólo Brasil parece apto para competirles futbolísticamente a las potencias europeas en igualdad de condiciones, o casi, en Qatar 2022.

Pero la presentación de los partidos, la estética, es tan abrumadoramente diferente que genera cierta ruborización.



También es cierto que la presencia de público allá y la ausencia acá amplía la brecha drásticamente. De un lado espectáculos, como le gusta calificar a Ricardo, y del otro casi entrenamientos en los que muchas veces son más atractivos los diálogos entre los protagonistas que se filtran por la ausencia de gente que el juego en sí mismo.

Dicen los europeos que la Euro es el Mundial sin Argentina y Brasil (podría agregarse Uruguay). Y es lo que parece, un Mundial en miniatura. Un Mundial allá y un torneo de entrecasa acá.

Para colmo de males, como nunca, ambas competencias se desarrollan a la par. Y las comparaciones son, además de odiosas, devastadoras.

Las comparaciones entre la Eurocopa y la Copa América, además de odiosas, son devastadoras

Está claro que Sudamérica está más cerca de Europa desde lo deportivo que desde lo organizativo. De hecho, ellos se nutren de los mejores futbolistas de estas tierras y los campeonatos de este lado del mundo se desnutren al mismo ritmo con excepción del Brasileirao que más o menos pelea a la altura de los europeos.

La puesta en escena de la Eurocopa es exuberante, impactante, casi a la par de algunos resultados que fueron verdaderamente sorprendentes.

En Brasil, el esfuerzo y la predisposición no alcanzan para maquillar una disputa que sostiene su atractivo fundamentalmente con grandes estrellas como Messi, Neymar, Suárez, Agüero, Cavani, Casemiro, Arturo Vidal...

La tendencia, lamentablemente, es que las diferencias se sigan estirando y llegue un momento en el que no exista ni siquiera un punto de comparación. 

No es para sorprenderse. Un repaso por el campeonato argentino muestra cómo sólo la genética competitiva del futbolista de estas pampas permite emparejar distancias institucionales siderales que arrancan en las tesorerías y terminan en el juego.

Sólo Brasil parece apto para competirles futbolísticamente a las potencias europeas



No obstante, y por suerte, la competitividad criolla permite que salga campeón Colón, por ejemplo. Mientras no se pierda ese ADN, el fútbol argentino en particular y el sudamericano en general estarán a salvo. 

Es que el fútbol, en realidad, no es un espectáculo, es una competencia que en estos tiempos requiere de una estética espectacular a la que este continente puede acceder en cuentagotas y cada vez menos.

Pero mientras haya competencia, el fútbol puede considerarse a salvo: Suiza puede eliminar a Francia y Ecuador empatarle a Brasil. En un coliseo o en un potrero.