Este miércoles, a las 17 hora argentina, volverán a chocar los planetas. Real Madrid recibirá a Barcelona en el encuentro revancha de la semifinal de Copa del Rey, luego del 1-1 registrado en la ida en el Camp Nou. Y en el juego de las diferencias, las dos figuras más relevantes de cada equipo arriban al derby con pulsos distintos.

Leo Messi llega al clásico tras una nueva exhibición de poder. Gareth Bale uniendo su nombre por segundo gol consecutivo a un gesto antideportivo. Mientras al argentino es levantado por un compañero para emular la mítica imagen de Pelé, de 'O Rei' a Rey, el galés se abraza a la polémica mostrando su soledad y desnudando el ánimo del vestuario.

 

La celebración de Lionel con sus compañeros tras el triplete. (EFE)



Es el contraste de las estrellas. La contraposición de escenas de los que deberían ser líderes de los dos grandes del fútbol mundial, aunque ese papel solo lo ejerza uno, Messi.

Recayó sobre Bale tras la salida de Cristiano Ronaldo. Recibió lo que demandó tras pasar nuevamente a la historia con otro tanto en una final de la Liga de Campeones, una chilena inolvidable. Era suplente con Zinedine Zidane y fue el primero que aguó la fiesta con su amenaza de irse si no tenía más protagonismo.

La puerta de salida se le cerró a Bale tras ver que lo de Cristiano sí que iba en serio y no había punto de retorno a su decisión de cerrar su ciclo. En el club blanco siempre se vio al galés como el relevo natural. Encumbraron a un gran futbolista, que había despuntado en el fútbol inglés como una bala por la banda, sin valorar aspectos que van más allá del terreno de juego: sigue sin hablar castellano casi seis años después de su llegada, apenas tiene respaldo en el vestuario más allá de Modric y vive en su particular mundo.

Bale se creyó que podía ser líder del Real Madrid post-Cristiano y hasta se lo hizo creer al madridismo, necesitado de agarrarse a un nuevo referente. De la crítica se pasaba a la esperanza en la tribuna del Santiago Bernabéu. Tres goles en tres jornadas ligueras del galés alimentaban la mentira. Al primer bache desaparecía del terreno de juego. 

En 2019, Bale ha unido su nombre más a la polémica que al fútbol. Se marchó antes del final de un partido del Bernabéu, no fue a una cena de equipo, celebró con un corte de mangas su gol en el Metropolitano tras una dolorosa suplencia y rechazó el abrazo de compañeros tras su tanto del triunfo en el Ciutat de València.


Es la respuesta desafiante de un jugador que siente que se está cometiendo una injusticia con él, que no admite que Vinicius y Lucas Vázquez le hayan quitado el puesto y, como ocurrió con Zidane, haya pasado a ser suplente habitual para Solari.

Mientras Bale se negaba a seguir calentando, ya suficientemente caliente tras ver que el primer cambio ante el Levante era Fede Valverde, Messi se paseaba en la jornada liguera para evitar resurrecciones innecesarias de rivales en la lucha por el título. En un terreno inexpugnable como el estadio del Sevilla, con su Barcelona perdiendo, respondía con tres goles que dejaban la réplica 49 años después de una imagen icónica del fútbol mundial.

Bale desprecia el abrazo de Lucas Vázquez. (EFE)


De Pelé aupado por Jairzinho elevando el puño al aire en la final del Mundial 70, en el estadio Azteca de México, a Messi con Dembélé tras una nueva exhibición de poder del rey del fútbol actual. Su triplete 50 antes de encarar dos clásicos donde el astro argentino más cómodo se siente, en casa del eterno enemigo, el Santiago Bernabéu.

Messi ha firmado quince goles en los 19 clásicos que disputó en la casa del Real Madrid, de los que ganó diez. Tres victorias consecutivas en los tres últimos de Liga. Exhibiciones en los dos más recientes con tres tantos. Un nuevo contraste con Bale, que siempre perdió en el Bernabéu ante el Barcelona en los cuatro duelos ligueros en los que las lesiones le dejaron participar. Ningún gol.

Será un clásico más para el rey del fútbol moderno y una de las últimas grandes oportunidades de reivindicarse para el galés.