En los últimos tres años, Newell's se metió solito en un laberinto del que no puede salir. El equipo del Parque vivía un presente idílico a mediados de 2013, cuando gritaba campeón de la mano del Tata Martino y observaba cómo su rival de toda la vida apenas podía celebrar el regreso a primera. Pero llegaron los clásicos, las cuatro derrotas en fila y la implosión de un plantel que se fue desgastando y que fue perdiendo la confianza ciega de los hinchas.

El laberinto antes descripto mostró una tenue luz de salida en el último choque de la ciudad, cuando Bernardi aceptó cambiar el plan de juego. Entonces su equipo apretó los dientes y neutralizó a Central, que por primera vez había llegado al duelo como claro favorito.

El 2016 arrancó sin novedades en el frente: Newell's tuvo una pobre presentación en San Juan y cayó en el debut, sumando más dudas a las que ya se habían generado en la pretemporada y en el mercado de pases.

Este plantel se acostumbró a caminar por la cornisa en la previa de los clásicos: sabe que a un lado -el de la derrota- está el precipicio, pero también es consciente de que al otro lado -el del triunfo- hay un amplio ventanal que conduce a un cuarto cómodo y seguro.

La tercera opción -el empate- es seguir caminando por el estrecho pasadizo, salvando el pellejo pero con destino incierto.

El clásico no es un partido fértil para los experimentos tácticos, como el que ensayó Bernardi en San Juan, poniendo un solo volante en la cancha. Newell's se sabe inferior al rival por presente y por rodaje de equipo. Entonces deberá apelar a la neutralización, a la concentración extrema, al corazón de sus jugadores, al liderazgo de Maxi y a la inteligencia para aprovechar ese detalle que hace ganar este tipo de duelos.