Por Rafael Bielsa

La nota subida a Rosario3.com (22/03/16) “La foto de Eduardo López y el síndrome de Estocolmo”, de Lalo Falcioni, donde se inserta una foto del técnico Caruso Lombardi con el ex presidente de Ñewell's, merece algo más que celebrarla, que no dejar la voz del periodista en soledad o que sentir gratitud por los que nos brindan información sin intoxicación: además, merece algunos comentarios (para los que compartan dichos). Hay lugares donde sólo se va cuando se desea escapar de la edad, de Dios o de la última esposa, como por ejemplo la desfachatez. Sin embargo, sólo se logra la operación a cambio de arriesgarse al desorden, y eso no es algo que un profesional serio le aconsejaría a quien, si remueve las aguas, sólo podrá levantar barro del fondo.

No voy a recordar aquí todo lo que todos recordamos de López, porque los que piden su regreso son precisamente los que más lo recuerdan, y lo añoran. Pero hay cosas de los hechos y cosas del corazón: después de haber roto su carné de socio tras un partido perdido ante Talleres y dejar de pagar la cuota como todo el mundo, el otrora presidente logró ser candidato en la elección que lo erigió por primera vez por decisión de una autoridad que es mejor olvidar, dado que había perdido su aptitud con la ruptura de sus sentimientos rojinegros y necesitó ayuda extra. A eso equivale romper un carné y ser moroso.

La forma en que alguien cuenta su historia es la historia de ese alguien. La forma como Lombardi cuenta la historia de López (si el primero no miente) define a ambos, porque López no la ha desmentido. “Si me pica el bichito voy a presentarme como candidato a presidente”, habría dicho. No es así.

Se presentó como candidato con un andamiaje jurídico y judicial detrás, sin cuyo cebo no lo hubiera conseguido. Hoy no puede legalmente ser candidato y carece de aquel tónico. Él lo sabe y es posible que hasta Lombardi esté al tanto; en consecuencia, las bravatas –las formas de contar la historia– son puro cuento.

En el año 2011, frente a algunas observaciones (no alcanzaban a ser críticas) que formulé a la conducción de Newell's (que es análoga a la de hoy), un joven hincha me dijo en el sitio electrónico del club que me callara la boca, que dejara a la gente trabajar en paz y que iba a perder las elecciones. Podría decirse que no se equivocó en nada: perdí las elecciones y me callé la boca. Desgraciadamente (para él, para Newell's y para mí) tuve razón: así como el sufrimiento no es un castigo sino una consecuencia, la felicidad no es un milagro sino un logro.

Lo dice incomparablemente Falcioni: “Los actuales dirigentes, que jugaron un papel fundamental en la recuperación democrática del club, deben dar explicaciones y sumergirse en una profunda autocrítica. Ellos son, en gran parte, responsables de que las células lopecistas hayan vuelto a la vida.” Sólo aclararía que en los 14 años que duró tratar de que el club se democratizara, sólo un puñado de los dirigentes de los actuales “jugaron un papel fundamental”. Recién cuando se ganó, llegaron chorros de dirigentes a fluir por las canillas de la alegría.

Hay conductas que permiten medir la temperatura del corazón, y no deseo extenderme. Las de los logreros que sobrevuelan el hedor de un equipo de fútbol que es el resultado de la soberbia, el empecinamiento y el favoritismo, buscando sacar provecho de la desdicha, y la de los que luego de una humillación no podemos dormir, como si algo muy querido nos hubiera traicionado.

La medida del fracaso de la actual dirigencia es la foto que acompaña la nota ejemplar de Falcioni. Y, parafraseando a un célebre autor, hay que tener cuidado con mirar seducidos a un abismo; desde las sombras de la foto, el abismo también nos mira.

Como ya nos sucedió, deberíamos haberlo aprendido.