El clásico es el acontecimiento cultural por excelencia de la ciudad. Más allá de que algunos se ruboricen de sólo pensarlo, reúne todas las características auténticamente rosarinas para serlo. Por supuesto que los actos de violencia lo desnaturalizan, aunque en el último la pasión no pasó sus propios límites y todo terminó en el folclore futbolero que alimenta a Rosario como a casi ninguna otra ciudad en el país.

Pero más allá de lo que representa afuera, está lo que genera en los protagonistas del partido.

Del llanto desconsolado de Alejo Véliz a la sinceridad de un veterano de mil batallas como Pablo Pérez, a quien no le cambia el sentimiento la experiencia, sino lo potencia.

“Si ganábamos me iba a retirar, ahora que perdí voy a seguir. Ahora me voy a seguir entrenando, me voy a seguir preparando. Me sentí bien, me sentí bien físicamente. Yo pensé que iba a llegar con lo justo y la verdad que me sentí muy bien. Si hubiera ganado te juro que en diciembre me retiraba”, aseguró el capitán rojinegro que, además, pidió disculpas por el resultado. “Entiendo que el hincha esté enojado, le pido perdón de parte de todo el plantel”.

Archivo Fotobaires

El pedido de perdón se extendió al ingreso del equipo el lunes para jugar frente a Defensa y Justicia.

Pablo Pérez está por cumplir 37 años y alimenta su carrera, a esta altura, con la necesidad de volver a jugar el clásico y ganarlo.

Del otro lado de la ciudad, Véliz vive el momento más importante de su corta carrera.

“Esto es para mi familia que no tenía un mango y me llevó siempre a todos lados”, sollozó el goleador canalla apenas terminado el partido que se juega 6 meses antes y 6 meses después.

“Le agradezco a mi familia, a mi viejo, a mi vieja, mi hermanita, a mi novia y a toda esta gente, que hasta en los momentos más malos llenaron la cancha y nos apoyaron”.

Alan Monzón/Rosario3

“No me puedo olvidar de mis viejos y de mi abuelo, que no tenían un mango y me llevaban a todos lados”, recordó con lágrimas en los ojos este pibe que llegó con 17 años de Unión y Deportiva Cultural de Bernardo de Irigoyen. “No caigo, no entiendo nada, quiero ir a festejar en el vestuario y con mi familia, nada más”, vociferaba en un Gigante enfervorizado.

Ese es el clásico. El que le cambia la vida a un chico de 18 años y acicatea a un veterano de casi 37 para que demore su retiro buscando revancha en el próximo choque que los enfrente y vuelva a transformar a la ciudad en un cúmulo de sensaciones que no tiene comparación con nada.