Deuda con el FMI: se debe enfrentar el problema sin el filtro de la "corrección política" ni hipocresías

El economista Pablo Olivares analizó la tensión entre el  la deuda y la estabilidad política mínima que requiere una Nación para no entrar en convulsiones irreversibles

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En algún momento en el "círculo rojo" se debe hablar del problema de la deuda con el FMI sin el filtro de la "corrección política". Con un abordaje que incluya las principales cuestiones medulares de economía política y de sociología política que atraviesan el problema. Para arrancar, es hora de asumir que el problema de la deuda con el FMI no radica en la "consciencia de los plazos de pago".

La auténtica inconsistencia central del problema de la deuda con el FMI radica en la tensión entre, por un lado, pagar la deuda y, por otro, la estabilidad política mínima que requiere una Nación para no entrar en convulsiones irreversibles. Esa inconsistencia central entre pago de la deuda y estabilidad política se expresa en dos conceptos. Uno de ellos es el ahora denominado "Sendero fiscal", una suerte de nuevo eufemismo de moda para evitar el término más claro e inequívoco (pero políticamente incorrecto) de "ajuste". El otro concepto es el "nuevo cronograma de pagos de la deuda".

¿Cómo se expresa la inconsistencia central antes mencionada?

Un nuevo cronograma de pagos de la deuda cierra con un determinado sendero fiscal (con el ajuste fiscal implícito). Es cierto que cuanto más largos los plazos y menores las tasas de interés, se necesita un ajuste menor. Pero es un ajuste al fin y por mucho tiempo. Dada la magnitud de la deuda no hace falta conocer de modelos muy sofisticados para saber que cualquier combinación posible de sendero fiscal y cronograma de pagos no puede lograr la doble consistencia, económica y política.

Por un lado, el sendero fiscal (ajuste) máximo que se bancaría la sociedad argentina sin convulsionar no permite un nuevo cronograma de pagos en los términos admisibles para la comunidad internacional que se expresa en el FMI. Por otro lado, el sendero fiscal (con ajuste implícito) necesario para un nuevo cronograma de pagos en tiempos y tasas admisibles para el FMI desestabilizaría a cualquier gobierno que pretenda lograr ese sendero fiscal.

Dirigentes políticos (de todos los signos), sociales y empresarios saben que perseverar en pagar la deuda en las condiciones admisibles por la comunidad internacional (que se expresa en el FMI) es tornar lisa y llanamente ingobernable la sociedad.

¿Por qué se tornaría ingobernable la sociedad?

Porque debe entenderse que los efectos de un ajuste fiscal no se circunscriben a las cuentas del sector público ni a los empleados del sector público. Por múltiples vasos comunicantes los efectos del ajuste en el sector público se trasladan al sector privado. Si bien algunos de los impactos del ajuste fiscal impactan positivamente en el sector privado, la gran mayoría lo hace negativamente. Y aquí aparecen un balance macro y un balance distributivo de tales impactos, ambos negativos.

En cuanto al balance macro, si bien admite diversidad de opiniones en función de cómo se instrumente el ajuste fiscal, lo más probable es que un ajuste fiscal genere un efecto neto contractivo sobre el sector privado. En cuanto al balance distributivo no hay dudas de que el impacto sobre el sector privado será regresivo, dado que los únicos que pueden captar beneficios de un achicamiento fiscal son los sectores de ingresos altos o medios altos, mientras que los sectores de ingresos medios y bajos siempre corren con perjuicios ante un ajuste fiscal.

Lamentablemente, parte de la comunidad política internacional y tecnócratas de los organismos internacionales aún guardan expectativas en lograr ajustes acomodando dos variables:

1) La profundización de la reducción en las expectativas aspiracionales de los sectores medios de la sociedad argentina (en especial los patrones de consumo).

2) Que determinado partido político o coalición política tenga la capacidad de vehiculizar el acomodamiento de la variable anterior y gobernar la sociedad durante ese proceso.

Pero se trata de dos falacias. Apostar a cambios en patrones estructurales de una sociedad. Y creer que en Argentina quedan partidos o coaliciones capaces de garantizar gobernabilidad en contextos convulsivos. Hace tiempo que el peronismo perdió ese atributo que lo distinguía. El menemismo fue su última chance.

En el ínterin asistimos a un juego entre funcionarios argentinos y tecnócratas del FMI que tratan de encontrar una salida recurriendo a la asimetía de información con sus respectivos mandantes. Es decir, de la sociedad argentina y de los países miembros del FMI, respectivamente. Tratar de "proponer" un documento de acuerdo que incluya un sendero fiscal políticamente digerible para la sociedad argentina y un plan de pagos aceptable pera el FMI, pero a sabiendas de que se vuelve a caer en default en un tiempo.

O proponer un acuerdo con un sendero fiscal exigente que cuadre con un nuevo cronograma de pagos aceptable para el FMI, pero sabiendo que no se va a cumplir ni con el sendero fiscal ni con los vencimientos. Simplemente porque cualquier gobierno será impotente para conducir por ese sendero fiscal hasta el final y en el camino habrá un abandono del plan, por las buenas o por las malas. Esto es, porque el gobierno optará por incumplir el plan antes que desestabilizarse, o porque directamente se desestabilizará.

Los funcionarios del gobierno argentino no pierden nada en este juego propio de tahúres. Pero los tecnócratas del FMI tienen el desafío de quedar a resguardo de la mala praxis. Y en ese sentido aún está muy fresco el recuerdo de las ficciones del acuerdo anterior con Argentina. Sería raro que con ese recuerdo tan reciente los tecnócratas del FMI arriesguen su reputación y sus pagas de nivel CEOs de multinacional.

Hay que reconocer que CFK tuvo claras estas inconsistencias desde el comienzo de esta gestión. Y temía que, al entrar en la negociación con el FMI en los modos que le pide la dirigencia internacional, el Gobierno quedara atrapado en esa inconsistencia central mientras se le degradaba el capital político por el desgaste del paso del tiempo pero, fundamentalmente, por un eventual revés en las elecciones intermedias de 2021. El devenir de los hechos confirmó sus temores.

Un Gobierno que se consumió más de medio mandato en un eterno "prepararse para negociar con el FMI" sin un plan económico y llega al momento central de las negociaciones con poco capital político. Se da también una gran paradoja: Sitglitz, adherente a la doctrina de la "deuda odiosa" (que se presume impagable), ve que un discípulo suyo asume el desafío de hallar un acuerdo para pagar una "deuda odiosa".

Ante esta encrucijada compleja hay salidas reales o "seguir haciendo tiempo" esperando que algo suceda y cambie el balance de fuerzas o un hecho disruptivo en la geopolítica global o un milagro (como un ciclo de "super precios de commodities"). Para "hacer tiempo" hay herramientas jurídico- contractuales que permiten no pagar e igual no entrar en default (la falta de pago es un "evento de default" pero el default se configura si el acreedor lo declara). Un "waiver" (perdón del acreedor) o un "stand still" (el acreedor no acciona).

Obviamente para "hacer tiempo" se requiere que el FMI acepte ser parte de la estrategia. Las salidas de fondo son tan difíciles como desafiantes. Una salida es que la comunidad internacional que se expresa en el FMI acepte reformas que habiliten pagos a más de 50 años y tasas de interés simbólicas.

Pero dicha alternativa haría que esa comunidad entre en otro dilema: salvar un incobrable ver la creación de antecedentes no deseados porque promueven problemas de "riesgo moral". La aparición de un nuevo financista que preste para pagar al FMI debería descartarse por la concurrencia de varias razones. Del mercado de capitales debemos olvidarnos. Y la alternativa de un financista soberano (país) tiene escollos importantes: las magnitudes son de gran escala y sería difícil que un país con régimen democrático convenza a su pueblo que prestará sus recursos a otro país que es deudor crónico y defaulteador serial.

Cuestión aparte son los compromisos extra financiamiento que integra en "combo" ese tipo de ayuda. Por último, la construcción de la opinión pública viene instalando una instancia como la más temida, la que expresa "si no pagamos ni acordamos con el FMI nos quedamos fuera del mundo". Una suerte de "suma de todos los miedos".

¿Y si intentamos poner en crisis ese presagio?

Si históricamente las inserciones internacionales que procuró Argentina fueron poco virtuosas o hasta patológicas ya que sacaban más de lo que le aportaban al país. A los costos de "estar fuera del mundo", en una gran parte ya los estamos pagando. Y lo seguiremos haciendo inexorablemente durante bastante tiempo como deudores crónicos y defaulteadores seriales.

En este sentido, llegar a un acuerdo con el FMI está sobrevalorado ya que dicho acuerdo no va a cambiar la percepción de riesgo a largo plazo que se tiene de Argentina. Podrá cambiar la percepción de riesgo de corto plazo, la que no sirve para el financiamiento de la inversión a largo plazo pero si para entrar en otro ciclo de especulación y deuda (timba). Salvando excepciones, históricamente dólar que pedimos prestado no fue para invertir sino para consumir o fugar. En ese sentido padecemos un problema algo similar al que parece el ludópata a quien lo mejor que le puede suceder es que no le permitan ingresar al casino. Al Estado Argentino lo mejor que le puede suceder es que nadie le preste.

¿Y el financiamiento de la inversión privada? Si bien el capitalismo tendrá muchos defectos, entre sus virtudes está "encontrarle la vuelta" para hacer lo que es rentable bajo cualquier régimen y circunstancias.

*Pablo Olivares es economista y consultor

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