Molinos Cañuelas y Vicentín, parecidos pero no tanto

La crisis del principal grupo molinero, que esta semana entró en convocatoria, deja expuesta también los riesgos de crecer apalancado en dólares en la Argentina, aún cuando se trata de la agroindustria

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Durante el 2018 y casi todo el 2019 los directivos de la aceitera Vicentín comentaban que siempre debían estar explicando en la banca internacional que ellos no eran Molinos Cañuelas (Molca), el principal grupo molinero del país que entró en estrés financiero con la primera devaluación del gobierno de Mauricio Macri y que esta semana se presentó en convocatoria de acreedores con una deuda aproximada de u$s1.500M. Ahora ambas empresas compiten para ver quién protagonizó el default más grande en la historia del mercado.

La crisis de Vicentín y de Molinos Cañuelas, ambas de capitales argentinos, tienen puntos en contacto, pero también substanciales diferencias. Empecemos por ellas. La convocatoria de acreedores de Molca no tomó a nadie por sorpresa mientras que el default de Vicentín madrugó a propios y extraños. Precisamente, por eso el holding molinero no tiene acreedores comerciales y su deuda es sólo financiera. 

Es más, la estrategia de  Molca fue financiarse con bancos y no con los proveedores del agro, mientras que Vicentín, además de apalancarse en la banca, también se financió con el dinero de sus proveedores del agro. No en vano Molca siguió operando comercialmente con total normalidad pese a que, en la práctica, está en una suerte de convocatoria privada de acreedores con los bancos desde que en 2018 empezó a tener dificultades para cumplir con sus compromisos financieros.

De hecho, el viernes operó con normalidad pasando precios y cerrando compras sin problemas. Es más, como ocurrió en el pasado, cuando también se le tensó la situación con los bancos, apuro incluso el pago de vencimientos futuros para mostrar que tiene los billetes y que operativamente es una empresa rentable.

Con todo, pese a su prolijidad en la relación con el agro, su situación financiera es un escollo para su operatoria ya que debe operar en corto con los productores, cooperativas y acopios que no quieren quedar demasiado expuestos, restándole así margen a la estrategia comercial de abastecimiento.

Y en lo que hace al impacto de su crisis en el sector molinero, también es acotado. Es que, a diferencia de los 90, cuando esa industria estaba altamente endeudada, ahora es mínima la exposición del sector con los bancos. Así y todo, la crisis del principal jugador puede servir también para salir a exponer los problemas que tiene el sector, por ejemplo la competencia desleal de las operaciones en negro en el mercado interno harinero.

Volviendo a las diferencias entre Molca y Vicentín, el dato fundamental que no puede soslayarse es que los principales acreedores de la aceitera denunciaron a su directorio por estafa, fraude, vaciamiento y hasta adulteración de balances contables. Incluso, la Afip los llevó a la Justicia. Sus principales acreedores están convencidos de que hubo un fraude y una estafa calculada en el caso Vicentín. Por el contrario, si bien al pasar el peine fino en Molca aparecen algunas operaciones para la polémica, ni por asomo se parece -con la información disponible- a las maniobras delictivas atribuidas al directorio de Vicentín.

En lo que hace a las semejanzas, en ambos casos la devaluación del gobierno de Macri en 2018 y todo lo que se disparó desde allí (con la devaluación del 2019, el reperfilamiento de su propia deuda emitida en pesos, la disparada de las tasas, etc.) apuró, destapó o potenció (según el caso) el desbarranco de ambas compañías. Firmas, que vale aclarar, ya venían presentando balances muy finitos antes de la crisis financiera del gobierno de Cambiemos.
Pero la principal coincidencia es la estrategia de ambos en apalancar sus crecimiento con créditos en dólares. Asoma claramente que en ambos casos su exponencial crecimiento (Vicentín comprando puertos, lácteas, frigoríficos y aceiteras mientras que Molca compró todas las plantas harineras de Cargill en el país) fue con dinero prestado.

Y ese apalancamiento en dólares, cuando se pasan de rosca como este caso, es muy riesgoso para una economía como la Argentina. Y más aún cuando, como en el caso del holding molinero, tomó deuda en dólares para crecer en un negocio en pesos (venta de alimentos), una fórmula en la que es cantado que si hay una devaluación es imposible el repago con el billete argentino de la deuda tomada en moneda dura. Y sin contar la distorsión extra de la alta y constante inflación argentina y los controles de precios oficiales.

En rigor, la industria molinera tiene en su esencia ese problema: su principal insumo (trigo) está dolarizado pero la harina que vende a los grupos panaderos y alimenticias está en pesos. Sólo manteniendo una activa exportación de harina puede una empresa morigerar ese riesgo cambiario permanente. Un riesgo que no deja de ser una espada de damócles para la molinería. Queda expuesto entonces que la estrategia de Molca de apalancarse en dólares para vender bizcochos 9 de oro en las góndolas argentinas luce por demás de arriesgada. Y eso no es necesariamente responsabilidad de la macroeconomía sino de la gestión interna de la compañía.

Finalmente, la convocatoria de acreedores de Molca activó el debate sobre la real posibilidad de la Argentina de crecer de manera sostenible si sus empresas nacionales que operan en el sector más competitivo, como es la agroindustria, terminan defaulteando ante la imposibilidad de resistir los permanentes y pronunciados banquinazos macroeconómicos. En el mundo las grandes empresas (para llegar a serlo y para mantenerse) necesitan de financiamiento a largo plazo, tanto por Bolsa, como por bancos, organismos multilaterales o estatal. 

Pero la Argentina no tiene crédito externo. Por la inestabilidad financiera y el coqueteo permanente del default, tanto el financiamiento foráneo para invertir a largo plazo como para capital de trabajo cobra tasas impagables para ingresar, tal como muestra diariamente el Índice de Riesgo País. 

Y uno de los pocos sectores de la economía argentina, que cada vez está más cerrada (como se ven su comercio exterior versus su PBI), que todavía tiene abierta la canilla de financiamiento en dólares es la agroindustria. Claro está que no es para cualquier empresa, pero los grandes productores (5.000 ha para arriba), los fabricantes de insumos, los exportadores y hasta los industriales de maquinaria, por estar linkeados a un negocio de exportación (como son los granos) mantienen la posibilidad de acceder al financiamiento en dólares a tasas competitivas.

Eso sí, si ese apalancamiento en moneda dura no se hace para negocios que tengan como salida la exportación sino el mercado interno, el riesgo de tumbar la chata con una devaluación es muy alto.

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