Javier Palatnik (50 años), rosarino, se recibió como licenciado en Biotecnología en la facultad de Bioquímica de la UNR a mediados de la década del noventa cuando a los científicos los mandaron a lavar los platos. Entonces se fue cinco años al exterior donde alcanzó los posdoctorados en el Instituto Salk en La Jolla (California, Estados Unidos. y en el Max Planck (Tuebingen, Alemania). Y luego se volvió a la Argentina, en 2005. Un avanzado de la legión de científicos que retornaron con un nuevo escenario político y para la ciencia y la tecnología. Armó en su querida facultad de la calle Suipacha un grupo de investigación y así llegó a la conducción del Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario (IBR).

Fue distinguido con el Premio Houssay en el área de Química, Bioquímica y Biología Molecular por su descubrimiento en la regulación de la expresión genética mediante microARNs en plantas y el desarrollo de herramientas tecnológicas de importancia práctica para el estudio de ese material genético.

Recibió subsidios de importantes instituciones del sector como el Howards Hughes Medical Institute y el Human Frontier Sciencia Program. Más allá de los títulos y su trayectoria, se muestra como un tipo sencillo y se mezcla entre los jóvenes investigadores que lucen con orgullo el guardapolvos con el logo del Conicet.

-¿Te arrepentiste de haber vuelto a la Argentina?

-Hago ciencia con mucha pasión y me gusta mucho ver la motivación de los jóvenes que trabajan conmigo. No soy ajeno al contexto y no estoy al margen de lo que le sucede a cualquier rosarino. Soy un apasionado de lo que hago.