“Si tú tienes una manzana y yo tengo una manzana e intercambiamos las manzanas, entonces tanto tú como yo seguiremos teniendo una manzana. Pero si tú tienes una idea y yo tengo una idea e intercambiamos ideas, entonces ambos tendremos dos ideas.” (George Bernard Shaw)

Hoy somos testigos de un “entrechocar de olas” en nuestras instituciones educativas que crea un océano embravecido, lleno de corrientes entrecruzadas y remolinos*. Ese entrechocar alcanza el climax de la fricción en las aulas, donde diariamente se encuentran docentes y alumnos. Navegar estas aguas no es una tarea fácil y requiere organizaciones capaces de adecuarse a los procesos de cambio, que abandonen viejas prácticas que miran obstinadamente al pasado y puedan dar paso a interrogarse acerca del futuro.

La pregunta que se nos presenta es: ¿qué configuración permite preparar a las escuelas para hacer frente a estos acelerados e irreversibles procesos de cambio?, ¿cómo acompañar a los docentes y construir el andamiaje que les permitirá hacer frente a las tensiones que afrontan diariamente? No resulta sencillo dar una respuesta clara a estos interrogantes por la razón de que no la hay. De todas maneras, podemos intentar ensayar algunas propuestas que nos indiquen por donde podemos avanzar. En este sentido, las Comunidades Profesionales de Aprendizaje (CPA) pueden constituirse en una ruta válida para transitar los desafíos actuales y por venir.

Una autopista para el aprendizaje

Las CPA están constituidas por un grupo de profesionales que tienen un interés común y aprenden cómo mejorar sus prácticas, trabajando de forma mancomunada y reflexionando crítica y sistemáticamente acerca de lo que hacen, todo ello con la finalidad de mejorar la calidad de los aprendizajes de los estudiantes.

Pensar las escuelas como una CPA puede transformarse en un potente dispositivo, tanto para el desarrollo profesional de cada docente, como para el crecimiento de la propia institución. Implica construir una densa red de colaboración y un fuerte compromiso con el proyecto educativo, concibiéndolo como una empresa compartida de la que todos participan y se sienten responsables. De esta manera, las instituciones educativas se transforman en un espacio donde se intercambian saberes y se comparten experiencias significativas, se amplían los marcos de comprensión, se reduce la fragmentación y donde todos tienen la oportunidad de aprender de todos. También son un ámbito propicio y permeable para experimentar e introducir innovaciones.

En este marco, se estarán sentando las bases para impulsar una escuela que, no sólo enseña, sino que también aprende, imperiosa necesidad en un mundo de cambios acelerados, donde cada vez es tarde más temprano.

Los tres pilares

Desarrollar una CPA no surge espontáneamente, requiere de un sólido andamiaje que la sostiene: la estructura organizativa, la cultura y el liderazgo. Poco podremos avanzar si no se abordan integralmente estos tres pilares:

El pilar de la estructura: las CPA requieren de tiempos y espacios para el encuentro entre los docentes. Necesitan de un esquema organizativo flexible que acompañe su desarrollo, que se configure y reconfigure de acuerdo a las necesidades emergentes y que esté al servicio de la dinámica de la organización (no a la inversa: si por mantener las estructuras establecidas, se sacrifica la posibilidad de introducir innovaciones, le estaremos haciendo un flaco favor a las instituciones educativas, encorsetándolas, en lugar de liberarlas).

El pilar de la cultura: por sus características, la forma de cultura que resulta consistente con las CPA es una cultura colaborativa que favorezca un fructífero intercambio y promueva el diálogo entre los docentes. La práctica deja de estar aislada para organizarse alrededor del valor del trabajo compartido.

El pilar del liderazgo: los equipos directivos están llamados a generar contextos de aprendizaje, crear redes de colaboración dentro y fuera de la institución educativa y a ponerse al frente de la formación de sus equipos docentes.

El cuarto pilar (¿el más importante?)

No hay aprendizaje institucional sin docentes comprometidos con su propio aprendizaje. Por ello, una condición necesaria para el desarrollo de una CPA es que cada uno de sus integrantes pueda verse como un aprendiz, donde aprender no ocurre en un momento particular de la carrera docente, sino que se transforma en una obligación profesional continua.

Por otra parte, cada vez resulta más necesario aprovechar el enriquecedor potencial formativo en el contexto de trabajo. Aprender desde y con el otro, se transforma en una instancia superadora del celularismo y el aislamiento que, en muchos casos, caracteriza la práctica docente.

Hacia una escuela que aprende

En un entorno embravecido y turbulento, la clave está en la flexibilidad y la adaptación. Configurar las instituciones educativas como Comunidades Profesionales de Aprendizaje proporciona una hoja de ruta para intentar acompañar los procesos de cambio: espacios y tiempos para la indagación sobre la práctica, impulso de un trabajo colaborativo de los equipos docentes, apertura a la experimentación y un liderazgo centrado en el aprendizaje.

De esta manera, emergerán organizaciones más comprometidas, conscientes y reflexivas respecto de su finalidad básica: mejorar la calidad del aprendizaje de todos los alumnos.

Queda planteado el desafío. Las CPA marcan un norte al cual mirar, sirven, como las utopías, para empezar a caminar. No se trata de una tarea fácil, exenta de tensiones y conflictos, resulta necesario superar viejos y arraigados esquemas, pero los beneficios esperados justifican con creces el esfuerzo emprendido.

Autor: Pedro León Vivas, Magíster en Educación Superior