La revolución digital de nuestro presente modifica no sólo los soportes de la escritura, sino también la técnica de su reproducción y diseminación y las maneras de leer. Hemos pasado de sucesivas tecnologías escritas, tales como piedra, papiro, manuscrito, libro impreso a otras digitales tales como libro electrónico o e-book. Estos nuevos soportes permiten superar la linealidad del texto escrito, dando lugar a la hipertextualidad; es decir, a la nueva concepción de texto en la que se asocian citas, referencias o notas.

Burbules (1998) critica la noción ingenua de vínculo intertextual como conexión simple entre sitios. Este autor sugiere que los vínculos son activos en el hipertexto y pueden crear significado. Un vínculo entre dos sitios crea un itinerario nuevo de lectura y contextualiza cada sitio con los sitios a los que se vincula, puesto que muchos lectores accederán a él a partir de los sitios enlazados que el lector visita previamente. Dichos vínculos muestran también la orientación argumentativa del hipertexto: ¿por qué hizo este vínculo el autor y no otro? Por tanto, el escrito se convierte en un objeto comunicativo más abierto, que admite actualizaciones continuadas, más versátiles, que permite diversidad de itinerarios, más interconectado, relacionado con el resto de recursos enciclopédicos de la red y más significativas, ya que multiplica sus posibilidades interpretativas.

En este sentido, Cassany (2001) entiende a la cultura escrita digital como un conjunto de prácticas dinámicas que cambian al mismo ritmo acelerado que evolucionan las tecnologías que las posibilitan. Hoy por hoy, la lectura frente a la pantalla es una lectura discontinua, segmentada, atada al fragmento más que a la totalidad.

Ahora bien, mientras en el nivel superior sigamos trabajando cada materia durante una hora, cambiando de profesor o de aula constantemente en tiempos breves, no podremos pensar, a mi criterio, en trabajar por proyectos desde un planteamiento global, en el marco de un aprendizaje social y colaborativo.

Una propuesta que supere la reproducción de contenidos y que promueva proyectos educativos y acciones que integren las TIC en educación, es identificar grupos de docentes con trabajos encaminados o, si aún no hay formulaciones concretas, fomentar proyectos, aportando capacitación didáctica, soporte anímico y socializador a los profesores que los planifiquen, los elaboren y los lleven a cabo.

Por tanto, el desafío más grande es erradicar la idea de que las tecnologías harán todo el trabajo por uno, y plantearlas mejor aún como un recurso que puede ser desplegado. No se trata de usar la tecnología, bajo la lógica tradicional; sino volver a pensar la clase con una mirada innovadora y con sustentos epistemológicos y metodológicos.

Si pudiéramos romper con formas tradicionales de enseñanza, estáticas y homogeneizantes en pos de otras que posibiliten la construcción del aprendizaje con otros, en red, la clase tendría otra “fama” entre los jóvenes. Sumado a esto, en palabras de Litwin (2008), deberíamos evitar la tentación de dictar clases magistrales ya que tiene una cuota de autoengaño: el docente percibe que dio la clase bien y entiende que el tema, por añadidura, se aprendió bien; a una exposición prolija, un aprendizaje pulcro y ordenado. Uno debería invertir más tiempo en pensar en la enseñanza y un ejercicio posible es pensar cuáles son las cinco cosas que no deberían dejar de saber. Cuestionar la clase y cuestionarnos como docentes son fundamentales a la hora de entrar al aula.

Si formamos estudiantes críticos que puedan reflexionar sobre sus procesos de aprendizaje, serán capaces de tomar conciencia que dichas prácticas no son asépticas, sino que implican una toma de posición respecto del contexto, de los sujetos con quienes se interrelacionan y de la nuevas formas de aprender.

Muchas son las estrategias que se pueden implementar en el marco de este modelo: Enseñar para la gestión de información; es decir, iniciarlos en ciertas habilidades, las cuales, en el marco de la sociedad de la información, les permite a los estudiantes implementar estrategias de búsqueda, establecer criterios para seleccionar el material en función de la tarea asignada y, a su vez, sintetizar y articular información. Otras formas posibles es trabajar con casos y problemas o con proyectos interdisciplinarios que rompan con la idea de un docente “explicador” y permita al estudiante ir descubriendo las distintas posibles respuestas.

En definitiva, se trata de ofrecer lineamientos y ayudar a aprender, en el marco de una sociedad que convive con la tecnología con una cotidianeidad asombrosa. El desafío es plantearse cómo proponer las innovaciones en instituciones un tanto enquistadas con prácticas tradicionales.

Por: Carina Cabo, especialista en TIC y Educación.