Antes de las lluvias de este sábado hubo una noche de viernes en que la ciudad fue el templo de la humedad. Agua arriba, en las nubes, abajo, en el piso, y en el medio un calor pegajoso. Pasamos de la lluvia a la esperanza de que vuelva a llover para que todo termine. Fue la noche en que hasta las tortugas de agua se arrojaron a la calle en busca de un destino mejor, de otro lugar más amigable.

Vanesa y David atravesaban el Parque Independencia cuando uno de estos reptiles de andar pausado los sorprendió cruzando una de las avenidas internas. "Pará", le pidió ella. Él se detuvo y comenzaron a caminar hacia el bicho, con un espíritu solidario que al poco tiempo convivió con las dudas y con cierto temor.

Hay que decirlo: las tortugas de agua no son como las de tierra. Tienen una cara más parecida a una serpiente que a un pequeño dinosaurio bueno.

Eran las 22.30 y los autos seguían pasando a toda velocidad por el lugar después del último chaparrón, uno de los tantos de estos días en que todos somos anfibios. Quizás por esa nueva cercanía con el mundo animal que tenemos los rosarinos en este otoño los dos jóvenes se decidieron a ayudar.

Primero lograron que la tortuga dejara el centro de la calle. Impidieron quizás un intento suicida (quién no lo pensó en estos días de sal abroquelada y ropa sin lavar). El reptil fue hacia el cordón y se sintió a gusto en la canaleta, repleta de agua.

Era el conducto ideal para volver al lago del parque. Dio unos pasos, pareció decidida. Pero se frenó y se quedó. "¿Pará qué volver?, ¿qué destino me espera allí?", debe haber pensado.

David intentó asistirla. Analizó levantarla con una campera y llevarla hasta el agua pero, de nuevo, las tortugas de agua no parecen las de tierra. Fue hasta el auto y sacó la bandeja de la luneta. Con eso armó una suerte de mini pala mecánica pero tampoco funcionó.

Dos policías en un patrullero se acercaron porque la situación ya era llamativa. Aportaron un dato clave: había otra tortuga intentando lo mismo en los alrededores. Pero todas estaban condenadas al fracaso esa noche. Como la gran mayoría de los rosarinos anfibios, que maldicen al Niño y prenden el ventilador para secar un par de medias.