Parecía que la relación no tendría marcha atrás cuando el gobernador Miguel Lifschitz habló con la voz tensa, el rostro un poco colorado, visiblemente molesto y denunció que había "mafias" y "servicios de inteligencia" operando en Santa Fe y que buscaban "desestabilizarlo". Lo dijo el viernes 9 de septiembre, un día después de la pelea con la ministra de Seguridad nacional, Patricia Bullrich, que dilataba el acuerdo por el envío de gendarmes y acusó al socialismo de "no depurar la Policía". No fue ese el primer cruce entre Provincia y la Nación: ya se habían acusado por el papelón de la triple fuga en enero y por el combo económico de importaciones, baja del consumo y despidos o suspensiones en el primer semestre. Por cómo se plantó el mandatario socialista en aquella conferencia de prensa parecía que después de eso no habría ni convenio de seguridad, ni diálogo. 

Parecía. Pero desde ese momento la relación dio un giro abrupto. Como en esas montañas rusas en donde los carritos van escalando y escalando, después caen a toda velocidad, incontrolables, pero se frenan de repente y toman una curva para retomar la paz; así fue que en un encuentro sorpresa entre el presidente y el gobernador el 5 de octubre se detuvo esa dinámica de confrontación. El carrito no despistó y continuó su marcha.

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Tanto Lifschitz como Macri reconocieron que esa reunión en Olivos modificó la relación entre ellos y sus gestiones. El gobernador evitó desde entonces, al menos personal y públicamente, marcar diferencias con el gobierno nacional.

Llegan así a este 10 diciembre y cumplen un año de convivencia con picos de tensión y llanuras. El carrito de la montaña rusa marcha suave. Pero no se detiene. Recién empieza la segunda vuelta, con las dificultades que suele añadir un año electoral.