El árbol no puede tapar al bosque como la mano es incapaz de ocultar el sol. Lo contrario es un juego óptico, una engañosa forma de mirada que recrea una realidad recortada, parcial y en consencuencia arbitraria. Algo así sucede si se pretende observar lo que pasó en la ciudad este fin de semana largo: queda advertir el verde intenso y el profundo cielo de un movimiento de miles de mujeres que sentaron un valioso precedente en materia de derechos humanos o, bien, hacer foco en las ramas larguísimas o en los dedos extendidos sobre los ojos que sólo revelan pintadas insultantes, roturas y piedrazos a la Catedral.

Es domingo a la mañana en la ciudad. En la feria Retro, cada objeto dispuesto en decenas de mesas es oportunidad de reflejo para un sol sostenido. Para quien se quedó con ganas de asistir al Encuentro de Mujeres, verlas en grupo es mínima cercanía que sabe a aliciente. Ahí están estas mujeres misioneras, paseando y conociendo Rosario con sus remeras gastadas de encuentros anteriores. Con tantos kilómetros encima, y anda a saber cuántas luchas, descansan tras horas de debate en los talleres y se preparan para la noche.

La marcha las unió bajo las estrellas a las otras en un cordón inmenso, en una inmensurable cadena que dejó su pesada huella en las calles recorridas. Es que la masividad de la concurrencia fue inédita, jamás se habían congregado en el país tantas mujeres con banderas de libertad e igualdad, nunca se había convocado a tal cantidad en talleres donde debatir y analizar aquello que es tan importante, básicamente, porque tiene que ver con la vida. La 31ª edición de este Encuentro de Mujeres fue semilla de bosque. Uno verde y tupido, cruzado de raíces profundas y cascadas, cargado de humedad y calidez y de insistentes ecos.

Ni la violencia, ni la radicalización, ni el desprecio por lo distinto fueron parte de esos eslabones. Fueron las “desenganchadas” de siempre quienes nunca precisan excusas ni varones rezadores para desatar su furia. Son quienes confunden conceptos y modos de acción y a fuerza de no entender destruyen, tachan, pintarrajean lo que les es propio, en una conducta que, lamentablemente, le compete también a varones, porque los fundamentalismos no tienen género, ni tiempo, ni escenarios.

Todas las organizaciones tienen su árbol o mano contra el cielo que impiden ver más allá. En una sociedad enferma de violencia, se puede esperar –aunque sea inaceptable y reprochable– que alguien intente enterrar la semilla del mal para ver qué rápido germina. Sería importante que las mujeres que con dedicado esfuerzo, convicción y responsabilidad transitaron este encuentro y colmaron las calles con sus consignas democráticas, admitan la existencia de estos eslabones perdidos. Sólo reconociéndolos e identificándolos podrán, finalmente, zafarse de su pesada carga.

Lamentablemente, no sólo dan de hablar y de pensar mal a muchos, cuestión que puede importar mucho, poco o nada. Lo que que debería ser ineludible es que lastiman, ensombrecen y perjudican a un movimiento entero, que justamente intenta extirpar la violencia de las relaciones humanas.

El 32º encuentro es hoy aunque el horizonte parezca lejano.

Valdría la pena descubrir qué hay detrás de las contradicciones extremas de algunas. Y que allá, en el Chaco, sólo sean las marcas del feminismo las que dejen huellas.