Tu familia y amigos te dicen que estás alterado. Sentís que la vida te atropella y nunca llegás a hacer lo que querés. ¿Es hora de ir al psicólogo?

En estos tiempos modernos en los que corremos para todos lados y siempre nos queda la sensación de que nos falta algo, son muy pocos los que no hemos colapsado frente a la presión. Pasar, o pensar pasar, por el diván parece ser la solución que está de moda. Pero, ¿es realmente lo que vos necesitás? Muchas veces elegir un psicólogo puede resultar intimidante.

Para no terminar “cayendo” en cualquier profesional elegido al boleo en la nómina de la obra social o llamando al terapeuta de un amigo, que tal vez sea fantástico para él pero no para vos, hay algunos “detalles” importantes que estaría bueno tener en claro de antemano.

En el mundo de la psicología todo es relativo, cosa que para el resto de los mortales, que vivimos en el mundo de lo concreto, es difícil de procesar o entender. Entonces lo primero que hay que tener en claro es que: en el terreno de la psicología nuestro conocimiento es casi nulo y nuestros prejuicios casi absolutos. Por lo que si vas a abrirle tu cabeza a alguien, necesitas cambiar ya esta ecuación.

Hay tres ejes que te pueden ayudar a “romper el hielo” para evaluar mejor la idea de ir o no ir a terapia.

Primero: el prejuicio. Nosotros mismos nos ponemos límites a la hora de elegir. Estos límites muchas veces no están fundamentados y provienen de prejuicios. Abrir tu mente es tan importante como hacerle caso a lo que sentís. Según comenta la psicóloga Alejandra Nuti, auditora de Psicored, “todas las personas nos movemos con ciertos prejuicios, es importante reconocer los propios a la hora de buscar un profesional. Tal vez pensamos que una persona más joven nos puede entender, o tal vez alguien con más experiencia en la vida. O pensamos que alguien del mismo sexo o diferente al nuestro, u otros motivos por los que seleccionamos a priori si alguien nos va a poder ayudar”. O sea, cuando vas a un psicólogo seguramente estás vulnerable y si no te sentís cómodos va a ser más difícil comunicarte. Reconocer este límite te va a ayudar a sentirte más seguro a la hora de abrirte. Entonces, tené en cuenta tus prejuicios tanto para derribarlos como para respetarlos. Total, es trabajo del psicólogo cambiar eso si hace falta.

Segundo: el dinero. La pregunta del millón es cuánto puede o debe cobrar un psicólogo. Este es un campo incierto porque ni siquiera en la ley provincial 9538 de conformación del Colegio de Psicólogos hay referencias a los honorarios. Lo que sí es cierto es que un tratamiento psicológico lleva un tiempo y entonces hay que ver si uno dispone del dinero suficiente para mantener la continuidad del tratamiento. Es como cuando querés aprender un idioma, no son dos clases y listo. Hay que considerarlo como una “inversión”. Dicho esto, en general el psicólogo va a cobrar sus honorarios dependiendo de su trayectoria y de la situación del paciente. El tabú que generalmente tenemos para arreglar un monto con un psicólogo es tan fuerte que muchas veces no somos capaces ni de tocar el tema. A este respecto la psicóloga Ivonne Villavicencio, Directora del Instituto de Neuro Ciencias, nos dice “no hay que tener vergüenza a la hora de hablar de dinero con el psicólogo, como así tampoco sobre ningún otro tema”.

Tercero: Las ramas y especializaciones. Así como no vamos a un traumatólogo si nos duele la panza, tampoco deberíamos ir a un psicólogo sin saber su especialización. “Cuando uno tiene la iniciativa de ir a un psicólogo es importante saber porqué se lo quiere consultar. Las orientaciones terapéuticas en la primer entrevista, buscan sondear el tipo de problemática que trae el paciente para así poder derivarlo con un profesional adecuado” dice Villavicencio quien también fue Directora de la PsicoRed. Los orientadores son como los médicos de emergencias que hacen la primera evaluación. Después están las principales ramas de la psicología que son la del psicoanálisis, la humanista, la conductista y la cognitiva, y que explicado en criollo sería, desde dónde el psicólogo encara el tratamiento. Finalmente más allá de cada corriente, hay psicólogos que se especializan en niños, parejas, trastornos alimenticios, sexualidad y tantas otras cosas. Para cerarla están los psicólogos que se dedican a la clínica, que serían los que hacen de todo un poco y atienden a los que no somos tan “específicos”.

Resumiendo. Marcá tus propios límites, para con vos y para con los que te dicen que sos carne de diván. Si la vida te supera y te recomiendan el psicólogo tenés dos caminos: mandar a todos a freír churros y seguir felizmente con tus mambos; o si realmente te sentís con ganas de recibir ayuda empezar a buscar un psicólogo. Si no sabés como pagarlo podés averiguar qué cobertura psicológica tiene tu obra social, o hacer tripas corazón y pensarlo como la cuota de tu club “mental”. Pero no te olvides que a la hora de discutirlo con el psicólogo no te tenés que tirar a menos y hacé valer tus intereses. Si no sabés que profesional elegir, es mejor preguntar a un psicólogo que te oriente antes que elegir el profesional “a dedo” en la lista de la obra social o usar el psicólogo de un amigo de un amigo.

Pero lo más importante que tenés que tener en claro es que la relación con un psicólogo es un encuentro entre dos personas y la empatía es fundamental. Podés no sentirte cómodo en un principio, cosa lógica porque estás abriéndote a un extraño, contándole defectos, angustias y dolores. Si no lográs “conectar” con el profesional será cuestión de seguir buscando para dar con el psicólogo adecuado. Porque pueden llamarle prejuicio, resistencia, boicot o cuantos otros nombres “cool” se les ocurra, pero si no te entendés con tu psicólogo no sirve de nada, mejor tomar lecciones de tenis y hacer catarsis por ese lado. Total, también son caras.