¿Por qué me tratas tan bien, me tratas tan mal. Si sabés que no aprendí a vivir.

A veces estoy tan bien, estoy tan down.

Calambres en el alma, cada cual tiene un trip en el bocho, difícil que lleguemos a ponernos d. acuerdo”. 

(Promesas sobre el bidet, Charly García)

Una lámina del gran dictador nacional enmarcada en cartón aparece en la puerta de local del PRO en Rosario. El cuadro de Videla termina al costado de un contenedor de basura y su foto se viraliza en las redes sociales. Parece un chiste pero no lo es.

Los mensajes, más o menos encriptados, más o menos literales ("la grasa militante" de Prat Gay por ejemplo), atraviesan los discursos políticos mediáticos y los más privados también.

“Sos una vieja facha”. Así terminó un amigo la discusión con una mujer. El detalle: estaban en lo de la “facha”. A este grito y golpe de puerta mediante, le precedió una tensa charla sobre política. Aunque intentó evadir el tema, se vio enredado en una fuerte conversación en la que apenas pudo defender su mirada: él piensa que las medidas primeras del gobierno de Macri son autoritarias y distantes de la constitucionalidad; mientras que la dueña de casa aseguraba que por fin están haciendo las cosas necesarias para recuperar “el país normal” que perdimos. Al final lo trató de maleducado y deslizó algo así como que estamos como estamos por gente como “ustedes”.

La escena pudo haber sucedido en distintos lugares, con tonos más o menos elevados, con otros personajes. Lo mismo, con el curioso episodio del cuadro con destino de basura. Pero lo más relevante es el momento en que se producen: enero de 2016, Rosario, con Cristina Fernández fuera del poder, al menos del Ejecutivo.

Durante años se responsabilizó al kirchnerismo de desatar tormentas, fuera y dentro de casa. En el trabajo, en la escuela, en la facultad se lo acusaba de sembrar discordia. Dividía argentinos y generaba enfrentamientos. Separaba parejas consolidadas, enfriaba a amantes fogosos y claro, también distanció a padres e hijos.

Cristina Kirchner y quienes la seguían rompían legítimos vínculos fraternales, contagiando altanería y soberbia a los ciudadanos. Y así, muchos amigos dejaron de compartir asados ante el peligro de que alguno saque “el tema de la política” y optaron por salir al cine y hablar del tiempo. Otros directamente cortaron diálogo tras haber mantenido una conversación con algunas frases agresivas.

Se fueron amuchando unos y otros para sentirse por fin cómodos y tranquilos, libres de expresarse a favor o en contra de, protegidos de los cascotazos de “zurdos”, “ k”, “fachos” y “gorilas”. Tras el conflicto entre el gobierno y el sector agropecuario, Cristina fue más “yegua” que nunca y personificó la intolerancia y crispación argentina. Todo el malhumor nacional venía a cuenta de su gobierno que no hacía más que despertar agresividad aquí y allá.

Y sin embargo.

La distancia de ideas, la rigidez de las posturas, las generalizaciones no desaparecieron con CFK fuera del sillón presidencial y lejos de los micrófonos de largo alcance. Argentina no tuvo una Navidad en paz y es muy probable que en la Pascua se respire un aire parecido. A pesar del “Cambiemos” agitado una y otra vez durante la campaña electoral, todavía nada cambió en el ánimo social, donde sigue imperando la confrontación y sobre todo, la irritabilidad a pesar de que el kircherismo ya no dirija la batuta.

¿Cuál es la excusa ahora?

Hay un espíritu de revancha que subyace la oratoria y las políticas públicas de la administración Macri, quien en sus discursos evade el tono duro y las frases virulentas pero insiste en responsabilizar de todos los males nacionales a la gestión anterior o despierta sospechas de corrupción hasta en los trabajadores contratados por menos de 10 mil pesos mensuales, al deslizar que cobran sin laburar, como si fueran todos iguales.

Si Fernández de Kirchner supo desparramar hostilidad, el actual presidente no toma el camino del diálogo, aceptación y convivencia que proclamó antes de ganar las elecciones. Seguramente muchos que lo votaron fueron seducidos por ese prometedor viento de cambio que, por ahora, resulta un huracán de resentimiento.

Desde el Estado se pueden promover condiciones de habitabilidad y mejores relaciones humanas, garantizando los derechos de todos, también desde los atriles, las declaraciones, aunque sean en abiertas conferencias de prensa, también pueden exacerbar o aquietar los espíritus.

Pero si Cristina no debiera ser la excusa, tampoco tendría que serlo ahora Mauricio, a la hora de encontrar explicaciones a este enojo generalizado.

Algunos sostienen que así es la democracia, que abre el juego a todas las voces. Pero, en ese caso, tendríamos que estar hablando de un debate, donde hay escucha y atención, y sobre todo argumentos válidos que no se sostienen en la descalificación.

Eso no pasa acá, o al menos no en la mayoría de las veces que hablamos de política e intentamos torcer la idea del otro, ya sin intención de convencerlo al menos. Nos basta con un mínimo reconocimiento de que estaba equivocado. Eso es lo que nos gusta escuchar.

Ojalá nadie se levante ofendido de la mesa este fin de semana.

Que la siesta sea en paz.