Comenzó la primavera y como cada año, con el cambio de estación, se incrementa la presencia de navegantes, cuya cifra creció notoriamente en los últimos años. Los históricos usuarios del río afirman que no existen controles adecuados a semejante volumen de tránsito en el agua y valoran el trabajo de Prefectura, aunque sostienen que es insuficiente.

La desaparición de Gabriel Fernández Gorostegui en la isla, el viernes último, desató no sólo su búsqueda desesperada sino también infinidad de comentarios y testimonios en torno al trabajo de rastrillaje que realiza la Prefectura Naval en la zona, para dar con su paradero. Tanto su familia como el padre de otro muchacho desaparecido en el agua tras volcar su embarcación, en agosto pasado, remarcaron la obsolescencia del instrumental utilizado por esa fuerza.

En efecto, Javier Emanuel Chávez falta desde el pasado 15 de agosto y según asegura su familia, Prefectura “lo busca esporádicamente, sólo si alguien ve algo” en el río y da aviso, se quejó su padre, Alfredo, esta semana, en medio de la conmoción por Gabriel.

Aquel día del mes pasado, Chávez cruzaba el Paraná con otros dos jóvenes y la embarcación se dio vuelta. Sólo desapareció Javier. Pasaron más de 40 días y el cuerpo nunca fue encontrado.

Según Alfredo, en la dependencia local de la fuerza federal encargada del río “tienen materiales obsoletos” y no cuentan con un sonar, artefacto que se utiliza para detectar objetos sumergidos.

“Al principio buscaban con lanchas y helicópteros, pero me llama la atención que no ponga buzos ni nada. A los buzos los tiene que autorizar un juez para sumergirse”, lamentó.

A diferencia de lo que afirma Alfredo, el rescatista Carlos Alberici, en diálogo con Rosario3.com, explicó que “Prefectura tiene muy buenos equipos para la tarea que tiene que realizar”, aunque no sean los de última generación.

“Quizás no haya presupuesto para comprar lo más avanzado, pero hay que reconocer que trabajan con muy buenos recursos que podrían considerarse obsoletos en comparación con lo que se utiliza en el primer mundo, pero están acorde con lo que cuentan otras zonas del país”, señaló, y agregó que lo que dificulta el hallazgo de los cuerpos en río es la presencia de una enorme cantidad de basura en la que quedan atrapados los cadáveres hasta que salen a flote y el barro de fondo que en vez de despedir los objetos, como lo hace el mar, los chupa y retiene.

El río, “tierra de nadie”

Con esta expresión contradictoria en lo discursivo, algunos usuarios del río ilustran el panorama que se ve en el agua a partir del comienzo del verano, época en la que los paradores de la isla organizan fiestas donde se consume alcohol en forma indiscriminada y el río se puebla de embarcaciones de todo porte, conducidas tanto por expertos como por novatos.

“El río está bastante saturado; cuando empieza a hacer calor se llena de gente y la circulación es un caos, sobre todo en el sector ubicado más allá del canal de navegación”, contó Martina, kayakista desde hace cinco años, y explicó que “en general, hay conciencia sobre el peligro que implica navegar el canal, pero en los cauces internos hay muy poco respeto, no sólo de parte de los conductores de lanchas, sino de todos los usuarios”.

Los propietarios de lanchas argumentan que “los kayakistas cometen muchas imprudencias, como circular sin chaleco, navegar después de haber tomado alcohol o cruzar al límite de la luz del día sin ninguna señalización”, lo cual aumenta su riesgo. Y los kayakistas aseguran que quienes conducen lanchas lo hacen “con exceso de velocidad, también alcoholizados, sin respetar normas de circulación ni códigos de convivencia en el agua, sobre todo en zonas peligrosas, donde ponen en riesgo a las embarcaciones más pequeñas.

En una sola cosa ambos coinciden: faltan controles. Unos y otros aseguran que “Prefectura tiene más presencia en temporada alta, pero sólo en los lugares cercanos al canal. Es raro que custodien el interior de la isla”, afirman.

Los que conocen y navegan el río desde décadas pasadas, dicen, que “la situación empeoró en los últimos cinco años y que muchos navegantes creen que con sólo comprar la embarcación ya están listos para lanzarse al agua, sin capacitación ni conocimiento. “Todo esto –insisten– ante la inacción de las autoridades que controlan poco, no aplican tests de alcoholemia a los navegantes y no sancionan a los infractores”.

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