Recuerdo que tenía puesto esa noche. Eso nos pasa siempre a las mujeres. Los grandes momentos, aunque duren instantes, son como vistos desde arriba, como en una película. Una blusita azul y un jean celeste, de esos que se usaban en los 80, esos años en que vivíamos confundidos, embotados y anestesiados por la desinformación de la dictadura.

Algo supimos, con certeza. Queen venía a Rosario. Yo amaba la banda desde lejos: por carácter transitivo seguía la música en esa adolescencia tardía por los oídos de mi hermano mayor, que escuchaba a King Crimson, Crosby, Stills, Nash and Young, Queen y obvio Sui Generis, Vox Dei y otros de rock nacional.

Tuve la fortuna de vivir en Arroyito, y precisamente a 30 metros de la esquina de Génova y Cordiviola, pero ni por las tapas nos daban los números familiares como para comprar las entradas para ver a la banda inglesa del momento, así que decidimos con mi prima escuchar desde la esquina, y acercarnos hasta la puerta, para ver si algo podíamos espiar.

Ahí estábamos, nosotras y unas 80 personas más, cuando vemos un auto que venía velozmente en contramano por Génova, se sube a la vereda y mete la trompa a centímetros de una de las puertas levadizas. “Es Queeeeennn!!!!”, gritó un avispado, y ahí sobrevino la milagrosa avalancha humana que me puso como ariete sobre la puerta del Chevrolet, que se abrió y dio paso al despliegue de la larga figura de Brian May.



Ahí quedé yo, cual Cenicienta latinoamericana, sostenida por los brazos del amable inglés, gentleman como corresponde. Me miró, me sonrió, y me soltó. Una experiencia religosa. Después todo fue empujar, entrar y correr hacia la platea, y quedar sentadas en medio de la magia de la mejor música del mundo en una noche inolvidable por partida doble, un bonus track impensado y único.

Cada vez que lo cuento y lo revivo, no lo puedo creer. Me vuelvo a ver, de arriba, le pongo música, perfume y sentidos, y lo vuelvo a percibir como celestial. Después, le ponemos contexto y vuelve el dolor de la dictadura más sangrienta. Pero esa noche, por lo menos, rozamos la gloria de la Reina.