Thelma Fardín publicó en la primera mitad del año El arte de no callar. Autobiografía entre el silencio y la impunidad, título que presentó en la última Feria Internacional del Libro de Rosario.

En él,  contó con las voces de Luciana Peker, Darío Sztajnszrajber y la psicóloga Marita Müller.

Feliz por ese primer libro, la actriz compartió un fragmento del Capítulo 2 del registro de corte autobigráfico y lo acompañó de una foto.

¿Y qué pasó? Los comentarios estallaron por la imagen a la que tildaron de “sexy” y “sensual”; dos condiciones ajenas al posteo y ubicadas en el ojo ajeno, en una cultura que cosifica e hipersexualiza los cuerpos femeninos.

En ella, Thelma luce unas botas estilo texanas largas y está recostada sobre una cama. 

"Siempre escribí, siempre soñé con mis libros, pero nunca me imaginé qué el primero lo escribiría en 3 meses, acompañada por un amigo tan hermoso y a los 26 recién cumplidos). @Soymaza, te quiero una banda", escribió Fardín en la red social.

“Me gusta el frío, pero no estoy segura si es por el hecho de haber nacido en el sur. Aprendí a esquiar a los 3, pero a andar en bicicleta, recién a los 10. Recuerdo la sensación de deslizarme con las tablas de esquí por la ladera del Cerro Catedral en pleno invierno. Recuerdo la sensación de no tener miedo a nada. Una de las últimas veces que esquié –por esquivar a una persona– perdí el control en la maniobra evasiva al punto de no poder volver a dominar los esquíes. Intentaba hacer cuña, doblar, inclinarme y cambiar el ángulo de las tablas para ejercer una mayor fricción, lo que sea; no había caso. Todo pasó en pocos segundos pero recuerdo perfectamente que a pesar de mis esfuerzos no lograba frenar. En ese momento entendí que si no me tiraba, la montaña y la fuerza de gravedad me iban a tirar a mí; algo que, por experiencia, entendía perfectamente que podía llegar a ser mucho peor. En un acto decisivo tan veloz como efímero, me entregué al fracaso, a la caída. Solté los bastones y me tiré de manera voluntaria para desacelerar la bajada empinada y frenética. Una pensaría que por elegir la caída puede aminorar el golpe pero no siempre resulta. Di vueltas en el aire con los esquíes puestos ya que en ningún momento se salieron (sí, todavía no me explico cómo no me rompí una pierna) hasta que finalmente el mundo dejó de girar de una sacudida brusca y seca que me dejó desorientada. Primera y única vez que me bajaron en patrulla. Esa sensación quedó grabada en mi cuerpo. Todavía hoy, cuando estoy frente a una situación en la que tengo que tomar una decisión difícil, mi cuerpo recuerda ese instante, ese milisegundo en el que decido lanzarme al vacío y frenar por mi propio peso.” Capítulo 2, El Arte De No Callar (Siempre escribí, siempre soñé con mis libros, pero nunca me imaginé qué el primero lo escribiría en 3 meses, acompañada por un amigo tan hermoso y a los 26 recién cumplidos) @soymaza te quiero una banda

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El fragmento compartido de El arte de no callar (Planeta)

“Me gusta el frío, pero no estoy segura si es por el hecho de haber nacido en el sur. Aprendí a esquiar a los 3, pero a andar en bicicleta, recién a los 10. Recuerdo la sensación de deslizarme con las tablas de esquí por la ladera del Cerro Catedral en pleno invierno. Recuerdo la sensación de no tener miedo a nada. Una de las últimas veces que esquié –por esquivar a una persona– perdí el control en la maniobra evasiva al punto de no poder volver a dominar los esquíes. Intentaba hacer cuña, doblar, inclinarme y cambiar el ángulo de las tablas para ejercer una mayor fricción, lo que sea; no había caso. Todo pasó en pocos segundos pero recuerdo perfectamente que a pesar de mis esfuerzos no lograba frenar. En ese momento entendí que si no me tiraba, la montaña y la fuerza de gravedad me iban a tirar a mí; algo que, por experiencia, entendía perfectamente que podía llegar a ser mucho peor. En un acto decisivo tan veloz como efímero, me entregué al fracaso, a la caída. Solté los bastones y me tiré de manera voluntaria para desacelerar la bajada empinada y frenética. Una pensaría que por elegir la caída puede aminorar el golpe pero no siempre resulta. Di vueltas en el aire con los esquíes puestos ya que en ningún momento se salieron (sí, todavía no me explico cómo no me rompí una pierna) hasta que finalmente el mundo dejó de girar de una sacudida brusca y seca que me dejó desorientada. Primera y única vez que me bajaron en patrulla. Esa sensación quedó grabada en mi cuerpo. Todavía hoy, cuando estoy frente a una situación en la que tengo que tomar una decisión difícil, mi cuerpo recuerda ese instante, ese milisegundo en el que decido lanzarme al vacío y frenar por mi propio peso.”