La salida que el gobierno encontró para destrabar el apoyo parlamentario al acuerdo para refinanciar la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) desnuda una certeza: lo que vendrá será peor.

La fórmula que aportó Elisa Carrió, y terminaron abrazando tanto el resto de Juntos por el Cambio como el gobierno nacional, soluciona el verdadero conflicto que plantearon el macrismo como el kirchnerismo duro, con Máximo Kirchner a la cabeza: nadie quiere el default, pero tampoco dejar los dedos marcados en el plan –con fuerte ajuste incluido– que hay que llevar adelante para que el Fondo acepte patear para adelante los pagos de la monstruosa deuda que Mauricio Macri dejó con el organismo. Es decir, si es un problema del presidente, que se haga cargo el presidente.

La situación muestra, una vez más, la mezquindad de la dirigencia política. Primero, la del kirchnerismo duro, que es parte del oficialismo pero deja solo a Alberto Fernández en una circunstancia incómoda; y segundo, la del macrismo, que jugó al límite como si no fuera propio el presidente que firmó el préstamo que ahora hay que salir a cubrir, cuando el país tiene vacío el cofre de las reservas. 

Fernández no allanó tampoco el camino para tenderle un puente a la oposición con sus actitudes destinadas a agradar a Cristina Kirchner. Tuvo que recurrir a la capacidad de negociación de Sergio Massa, presidente de la Cámara de Diputados, y del rosarino Germán Martínez, quien reemplazó a Maximo Kirchner al frente del bloque oficialista, para destrabar una situación que venía compleja y que podía poner a su gobierno frente a una crisis terminal.

El acuerdo con el FMI, finalmente, tendrá un apoyo contundente, con cerca de 200 votos a favor de la Cámara de Diputados. Lo que significará, además, una fuerte presión –que se sumará a la de los gobernadores– sobre el Senado, donde se observará con lupa el accionar de la vicepresidenta.    

Aunque quede solo como padre de la criatura –leáse del plan económico–, por como venían las cosas, para Alberto es buen escenario. Ser el presidente que evitó el default es uno de los pocos laureles posibles que le quedan.

Cuando comenzaron las negociaciones con el Fondo, en plena pandemia, acaso imaginó un acuerdo como plataforma de despegue económico y consolidación de su figura. Hoy, por más que mande a los propios a agitar las banderas de la reelección, sabe que solo será un respirador para llegar a terminar su mandato.

Es que, finalmente, el albertismo nunca llegó a nacer y, con un mundo sacudido por la guerra al punto de que hay inflación en países que no conocían esa palabra, difícilmente la Argentina viva en los próximos tiempos otra situación de los problemas que ya arrastraba. Con default o sin default.