Medianoche. Se enciende el celu anunciando el fin de Gerardo en este tiempo y mundo. Qué triste y conmovedor todo. No dejo de pensar en cómo reacciona el organismo ante los miedos y debilidades. A Gerardo la enfermedad le nació y le creció en el lugar que más uso le dio de su cuerpo: la cabeza. El momento es demoledor y oscuro como la noche donde escribo estas líneas.

“Tengo un gracias por mesa”. Tremenda frase de un pibe que casi fue expulsado de Rosario porque esta ciudad a veces queda chica. Fue en una de las tantas noches que compartimos. Protocolo rosarino. Cena de la Fundación Rosario. Los de acá y los de acá que habían triunfado allá. Y ahí estaba él.

Embajador de una ciudad atravesada por los crímenes y el desorden. Subió al escenario a agradecer la nueva cocarda y emocionado dijo: “Acá solo vengo a dar las gracias. Y si miro bien tengo un 'gracias' por mesa. No hay persona en Rosario que no me haya dado una mano. Soy lo que soy por lo que hicieron conmigo”. Entusiasmado empezó a desparramar nombres, anécdotas y gracias por cada mesa que se le cruzaba con su mirada. Gerardo podría nombrar al menos a un integrante de cada mesa como interlocutor de algún guiño pasado. 

Pero también así lo vi a él: cómodo en el rol de bolsero laboral. Incansable, se esforzaba en conseguirle laburo a cuanto rosarino deambulara por los medios porteños. De lo que sea. Como un lobista de esta tierra. Siempre una palabra detrás de otra palabra para describir virtudes del “nuevo rosarino/a” que quería trabajar en Capital.

Sin duda en el último tiempo tuvo en claro el rol de defensor y promotor de la cultura popular: a bancar las melodías y su. letras. Las mejores canciones del mundo. Lo que decimos con la lengua, la bancamos con la guitarra. Un crack.

Recuerdo cuando lo rajaron de Canal 5 porque al conductor del programa no le gustaban sus crónicas. Hablaba rápido, muy. Siempre su cabeza fue más veloz que su lengua y eso necesitaba coordinarse con tiempo. Me impactaba su personaje a lo Woody Allen cuando laburaba: súper judío, intelectual, culposo, autocrítico, amante de la cocina y extremadamente sentimental. A veces se lo veía como un rabino o un gran demonio. Según la ocasión

No lo hablamos en profundidad pero creo que logró casi todo lo que quiso. Melómano, sentimental, académico, intelectual. Un artista de los medios que podía ocuparse de la ferretería más rústica o la rosca más encumbrada. Un feroz arquitecto de las cosas que vimos en los últimos años. Desde el mejor Nico Repetto, Mirtha Legrand, hasta los guiños de los tiempos modernos. No quiso perderse ninguna fiesta de la tele. Consejos rápidos en pasillos y camarines a quien quiera escucharlo. Este look es el que te va, me gusta como decis buenos días, etc. ¿No te parece? 

La Facu, las noches, Central, los sueños de pibe. El que llegó lejos, el que no. Los piropos mutuos. Los abrazo de un amigo que la distancia podía acercarnos como si no existiese ni la distancia ni el tiempo.

Logró un milagro, leo en la red más cloaca (Twitter) palabras sentidas y cariñosas del público que anónima o desveladamente lo despide. Todos escriben algo bonito. Como me hubiera gustado que pudiera ser testigo de eso. Cosecha su siembra.

Sin duda, Gerardo nos dejó demasiado pronto. El mundo de los medios será más mediocre y ramplón: le faltaran ideas y tendrá el oportunismo de los astutos un poco más de aire para avanzar. Faltará la mirada, la crítica y sobre todo la batalla (silenciosa o no) de este paisano serio nacido en esta Rosario de Pasiones. Nunca nos vamos a cansar de darle las gracias.